jueves, 3 de enero de 2013

la mersa nunca esta conforme, y quiere más...





   

 La redistribución de ingreso; la ampliación de derechos; el profundo cambio discursivo; la ruptura de las formulas de control que nos impusieron durante decenios los poderes financieros internacionales; las realidades puras y duras de un cambio de paradigma político, esas realidades -por evidentes innegables- provocan nuestro orgullo, y desde hace unos años no solo el orgullo de saberse en el lugar (político) correcto, sino ese otro gusto (para muchos nuevo) del orgullo de la patria, de la nación patria, del estado patria.

    Una década, casi, va llevando esta bella construcción, y digo bella porque de belleza estamos hablando, de la belleza, de la elegancia, de una jugada buena -no perfecta ya que perfecto en política es igual a quieto- sino buena, buenísima, un paso de baile ejecutado con maestría, pensado durante muchos años, en las mesas de tantos cafés, en tantas trasnoches anhelantes, en tantas frustraciones y desengaños como solo el amor a la patria y a su pueblo puede dar, una jugada pensada sin jaque al rey, una partida por el control del tablero, una tablero donde las piezas no se retiran, sino que simplemente van lastrando las nuevas jugadas, haciendo el devenir del juego mas lento, mas inentendible, mas profundo, y eventualmente, menos bello.

    El lance temerario de ser gobierno, las largas jornadas de crear consenso, los sapos tragados con una sonrisa, los enojos masticados en silencio, las alegrías ninguneadas, los temores. Años de ir de a poco sintiendo el cosquilleo de brazos dormidos que se despiertan y actúan, el raro sentimiento de escuchar constantemente a los detractores de ayer echarnos a la cara nuestras propias verdades de siempre como si de inéditos descubrimientos se tratara.

    Belleza negra, belleza rantifusa, belleza plebeya, moncha, piruja. De intuir cercanos los momentos de nuestra negra felicidad. De escuchar rantifusas palabras de los mas rantifusos de la america piruja, de Fidel, del Hugo, rantifusos presidentes de rantifusas naciones palmeando nuestras rantifusas y monchas espaldas.

    Sueños de pizzeria que se irían cumpliendo religiosamente, porque eramos muchos, quienes a la vez soñábamos lo mismo frente a los últimos carozos de aceituna cuando se acababa el tinto yomería. Sueños negros que no incluían ni heroicas justas ni contradicciones antagónicas, ni sinergias. Sueños negros que si entendían de comida, de risas, de canciones, de trabajo, de dignidad. Sueños negros, pirujas, uija rendija, cabeza, bien cabeza, de que los pibes tuvieran sus anteojos y los usen en la escuela, de que las mamás tuvieran leche y los papás -cabezones monchos y retrógrados- pudieran bancar su casa sin que la doña labure; de que los viejos les compren baratijas a los nietos sin tener que resignar remedios; sueños de la mersa, que aspira a comprar una motito, para no bondiar hasta el laburo; sueños de techo de chapas, que sueñan con unos metros de membrana; de paredes laceradas de humedad que sufren -como madres- la falta de unos kilos de revoque; sueños de una época en la que nuestros sueños valieran por si mismos, de un tiempo en el que pudiéramos soñar sin la guía bienpensante del interminable ejercito de maestras ciruela, de los higienistas por vocación, de "educadores" de la resignación, proxenetas de a veinte pulgadas y revolucionarios profesionales.

    Y entre esos rantes sueños de cabeza, alocados sueños taura, de quien no tiene mucho mas que necesidades, soñábamos el hospital de niños en el Hotel Sheraton, así lo soñábamos, el hospital incrustado en el hotel, soñábamos en desalojarlos de sus palacios y dárselos a nuestros pibes, no construir palacios para los chicos y ya (eso también claro), sino sacarlos a ellos de sus palacios. Sacar a los blancos, a los limpios, a los cultos, a los dueños de la riqueza y a los dueños de las verdades y los valores, sacarlos de sus palacios y llenarlos de pañales y de mocos.

    Ver en las facultades a las mamas dando la teta, a los bebes llorando en el medio de las cátedras; ver en los ministerios a funcionarios negros, que entiendan de verdad los problemas de ser pobre, no por haberlo estudiado, sino por venir del barro; ver en los hospitales ejércitos de médicos que en lugar de policías pidieran recursos, que en lugar de trabajar de médicos fueran curadores, curanderos; maestras que prefirieran cortarse un brazo antes de dejar a "sus chicos" sin clases. Y militantes, militantes populares que salieran de los barrios a explicar qué y como somos, que es lo que esperamos, porque es que trabajamos, en lugar de niños bien con un nuevo libreto de maestra ciruela, obtenido a fuerza de horas culo en la facultad y otras horas culo (muchas menos) en la subsecretaria de la pindonga del ministerio de vayasaberque...

    La redistribución de ingreso, la ampliación de derechos, el profundo cambio discursivo, la ruptura de las fórmulas de control que nos impusieron durante decenios los poderes financieros internacionales; las realidades puras y duras de un cambio de paradigma político, son mucho, muchísimo, pero la mersa nunca esta conforme, y quiere más...



FernandoLuis

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