jueves, 19 de septiembre de 2013

DOMESTICAR AL CURA





DOMESTICAR AL CURA
por Eduardo de la Serna

No voy a comentar mi impresión sobre la ceremonia de beatificación del cura Brochero. Sobre esto, sólo diré que me pareció lamentable. Quedé triste de ver una ceremonia tan poco popular, ver una organización perfecta al servicio de una estructura de Iglesia piramidal, una celebración que podía ser idéntica en Córdoba traslasierra o en Austria, en el África Subsahariana o en Sri Lanka, una celebración que hasta “permitió” (sic) hablar al impresentable gobernador de Córdoba en plena campaña electoral, una liturgia que nombró infinidad de veces más al Papa Francisco que a Jesús de Nazaret y que los gritos de “¡viva la Iglesia!” superaron ampliamente a la memoria de su Fundador, o donde los pobres (¡justo los pobres en la beatificación de Brochero!) estaban ausentes, y cuando se los mencionó eran nombrados como los “más necesitados”, porque parece que no hay causas en la pobreza (justo en esta beatificación de uno que trabajó por su dignidad, por caminos, ferrocarriles, escuelas)… Todo eso hizo que me pareciera lamentable la celebración, pero eso –al fin y al cabo- es problema mío.

Lo que me interesa comentar es el modelo de cura que se presentó. ¿Qué cura –se dijo- era el cura Brochero? Para empezar, se lo puso a la par del “cura de Ars” que es el “modelo de cura” que la Iglesia quiere presentar (en el año sacerdotal [¿?] fue reiteradamente aludido). Y para que se me entienda, no pongo ni por asomo en duda la santidad del cura de Ars, simplemente afirmo que no es el modelo de cura que yo tengo; “no es santo de mi devoción”, como se dice. Además, me resulta muy difícil compararlos siendo que Ars tenía unos 250 habitantes. Se cuenta que el cura confesaba hasta 18 hs diarias (obviamente con gente de los pueblos vecinos), por tanto, se trata de un cura que “está” en un lugar, y la gente va hacia él (repito que lo digo positivamente), Brochero –en cambio- se caracterizó por ser un cura que “iba” hacia la gente en su mula “Malacara”. Una parroquia de más de 10.000 habitantes dispersos en más de 4.300 kms cuadrados no se parece en mucho a la pequeña Ars. Pero –por otro lado- lo que se insistió fervientemente de este cura modelo, era que rezaba (el rosario y el breviario), que tenía amor a la Virgen y que quería “salvar almas” (el enorme entusiasmo misionera y evangelizador de Brochero era ahora simplemente “salvar almas”). Ese es el “modelo de cura” que –parece- nos quisieron presentar. La búsqueda de la mejora en la vida cotidiana de sus hermanos no parece importar en lo que un cura debe ser y hacer (que hiciera caminos, capillas, escuelas, telégrafos, que peleara por el ferrocarril, que tuviera una cierta simpatía política, y que con la gente que llevaba a hacer los “Ejercicios espirituales” –al volver- buscara activamente el desarrollo económico de la zona, no contaba demasiado). Eso no apareció destacado, no se insistió ni resaltó. Ser cura –pareciera- es rezar, y salvar almas.

La sensación que me quedó es que el cura Brochero es beatificado porque fue domesticado. Su uso de “malas palabras” (sic; soy de los que creen que “malas palabras” son hambre, tortura, guerra, miseria…) eran “adaptarse al lenguaje rústico de los pobladores”, si hasta –como se ve en las fotos que encabezan el texto- le sacaron el cigarrillo para que pareciera más “santo”. Fui a la ceremonia –y no me arrepiento- porque sé por experiencia que el pueblo en su sabiduría (nada rústica, por cierto) se “apropiará” de “su santito” y rescatará y destacará aquello que le pertenece.

A lo mejor acá haya una explicación (no la única, por cierto) para entender por qué no se beatifican-canonizan a nuestros mártires latinoamericanos. No parecen fáciles de domesticar. Su memoria está demasiado viva todavía. Quizás el paso del tiempo sea un buen aporte a la domesticación ya que no están los compañeros y amigos para decir con autoridad que Fulano o Mengana jamás habrían dicho esto, o tolerado aquello. No me imagino a De la Sota hablando en la beatificación de Carlos Mugica, o a Carlos Menem en la de Enrique Angelelli (a pesar del mural que el obispo riojano hizo pintar hace años).

Así como hay animales que no son domesticables, y siempre aparece su identidad natural, el cura Brochero podrá ser estampita, pero nunca dejará de ser ese misionero y defensor de los pobres, ese que repetía que “como los piojos, Dios está en la cabeza de todos, pero especialmente de los pobres”. Y ese se parece bastante más al modelo de curas que muchos tenemos y del que queremos “apropiarnos”.

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