El asesinato de Manuel Dorrego
La causa de su fusilamiento
Por Norberto Galasso, Historiador.
Los unitarios no podían dejar con
vida a Dorrego sin correr grave peligro de que este los pusiera al desnudo ante
la opinión pública de la época y ante la Historia. Necesitaban acallarlo para
siempre.
En estos días, se han publicado
varios artículos referidos al fusilamiento de Dorrego. En general, se ofrecen
algunas explicaciones, en este momento tan importante en que estamos revisando
nuestra historia: que Lavalle y otros militares lo consideraban traidor por
haber pactado con el Brasil el reconocimiento de la Banda Oriental como país
independiente (no tuvo otra solución pues el Banco Nacional, con mayoría de
accionistas ingleses, cumplió con el mandato del cónsul inglés, Lord Ponsomby,
de negarle fondos para proseguir la guerra), o que sostenía una concepción
latinoamericana y de ahí su entrevista con Bolívar, o que se apoyaba en el
suburbio de Buenos Aires (siendo, en esto, antecesor de otros caudillos
populares como Alsina, Yrigoyen y Perón), o sus tratativas con Bustos para
sancionar una constitución federal con el apoyo del resto de los caudillos. Hay
verdad en estas aseveraciones, pero no en todas, y creo que se omite la más
importante.
Creo que la causa fundamental
obedece a otra razón: los unitarios no podían dejar con vida a Dorrego sin
correr grave peligro de que este los pusiera al desnudo ante la opinión pública
de la época y ante la Historia. Aquí reside el motivo principal de que Salvador
María del Carril y Juan Cruz Varela presionaran a Lavalle para el asesinato:
ellos no podían permitir que Dorrego hablase. No podían ponerlo preso y hacerle
luego un juicio, ni siquiera solamente desterrarlo como ya lo había hecho
Pueyrredón en 1819. Necesitaban acallarlo para siempre.
Veamos la sucesión de
aconteceres. En diciembre de 1824 se constituye la Minning Association en
Londres para explotar minas en la Argentina, según autorización otorgada por el
gobernador Martín Rodríguez y su ministro Rivadavia. En esa sociedad, su
principal accionista es la banca inglesa Hullet y el presidente del directorio es
Don Bernardino. En 1825, la empresa envía al capitán Head al Río de la Plata
con un equipo de técnicos para iniciar la explotación, pero este se encuentra
con que en las provincias -salvo San Juan- le aducen que la riqueza minera es
propiedad provincial ya que no existe, desde 1820 –al caer el directorio– un
gobierno nacional. La banca Hullet le protesta a Rivadavia y este contesta: “El
negocio que más me ha ocupado, que me ha afectado y sobre el cual la prudencia
no ha permitido llegar a una solución es el de la sociedad de minas. Con
respecto a las de La Rioja (el Famatina), cuya importancia es superior a las de
las otras provincias, en el corto plazo, con el establecimiento de un gobierno
nacional, todo cuanto debe desearse se obtendrá... Me veo obligado a emplear la
mayor circunspección para no comprometer inútilmente mi influencia y no debo
decir más por el momento (enero 1826)”. Curiosamente, un mes después, Rivadavia
es elegido presidente de las Provincias Unidas del Río de la Plata. El 15 de
febrero sanciona la ley que declara propiedades nacionales a las minas de todas
las provincias. El 14 de marzo, Rivadavia le escribe a Hullet: “Las minas son
ya por ley de propiedad nacional y están exclusivamente bajo la administración
del presidente de la República”. Sin embargo, en La Rioja, Facundo Quiroga se
niega a que la Minning explote el Famatina. La compañía quiebra. Entonces, Head
publica en Londres un folleto donde incorpora las cartas transcriptas,
titulado: “Informe sobre la quiebra de la Río de la Plata Association
constituida bajo la autorización otorgada por su excelencia don Bernardino
Rivadavia”. Y aquí entra a jugar Dorrego. Porque desde su periódico El Tribuno,
Dorrego publica ese informe, con las comprometedoras cartas de Rivadavia a la
Banca Hullet y le agrega estos versos definitorios: “Dicen que el móvil más
grande / de establecer la Unidad/ es que repare su quiebra / de Minas, la
Sociedad” (23/6/1827, El Tribuno). Tres días después, Rivadavia renuncia a su
cargo de presidente. Se quiebra nuevamente la unidad nacional y pocos meses
después, asume Dorrego como gobernador de la Provincia de Buenos Aires.
El 14 de septiembre de 1827,
Dorrego envía a la legislatura la demanda de la Minning por 52.520 libras por
los gastos ocasionados, con este comentario: “El gobierno se encuentra con un
recurso de la expresada compañía (Minning), donde se reclama a la provincia los
gastos de aquella empresa. El engaño de aquellos extranjeros y la conducta
escandalosa de un hombre público del país (Rivadavia) que prepara la
especulación, se enrola en ella y es tildado de dividir su precio, nos causa un
amargo pesar, más pérdidas que reparar nuestro crédito.”
Símbolos de los grandes
desencuentros nacionales: Manuel Dorrego, fusilado en 1828, y Miguel Ragone,
desaparecido en 1976, primer y último gobernador argentino asesinado. Los dos
enfrentaron los intereses de los privilegiados y ambos soñaron un país mejor.
Pero hay una diferencia: al menos con Dorrego hubo un acta y alguien se hizo
cargo. Las ratas que mataron a Ragone, en los últimos días del gobierno
constitucional de María Estela Martínez de Perón, lo hicieron en las sombras de
la clandestinidad.
Los unitarios intentan justificar
a don Bernardino sosteniendo que si bien actuaba al mismo tiempo como presidente
de las Provincias Unidas y como presidente del directorio de la Minning
Association que negociaba con ese gobierno, y que aunque figura con un sueldo
de 1200 libras como presidente de la empresa inglesa, “nunca tuvo intenciones
de cobrarlo”. Manuel Moreno y Manuel Dorrego contestan con “Impugnación a la
respuesta” donde afirman que no sólo quedan en pie las acusaciones (preparar la
especulación, dividir el precio) sino que nada se contesta acerca de “30 mil
libras, precio de esa especulación”, “por los buenos oficios a favor de la
especulación que según afirmaba el señor Rivadavia en su autorización, estaba
fundada en una concesión especial”.
De aquí resulta que aprovechando
el regreso de las tropas de la Banda Oriental, se produce el golpe del 1ro de
diciembre de 1828, por el cual Dorrego es desplazado del gobierno. El general
San Martín lo caracteriza así, en carta a O’Higgins: “...Los autores del
movimiento del día primero son Rivadavia y sus satélites y a usted le consta
los inmensos males que estos hombres han hecho, no sólo a este país, sino al
resto de América con su infernal conducta; si mi alma fuera tan despreciable
como las suyas, yo aprovecharía esta ocasión para vengarme de las persecuciones
que mi honor ha sufrido de estos hombres, pero es necesario enseñarles la
diferencia que hay de un hombre de bien a un malvado” (carta del 13/4/1829).
Derrotado y detenido Dorrego, los
unitarios cavilan: ¿qué hacer entonces con ese hombre que ha revelado el
escandaloso negociado? Imposible llevarlo a juicio, pues volverá sobre el tema
manchando la honra de quien luego sería denominado “el más grande hombre civil
de los argentinos.” ¿Dejarlo preso, para que algún día vuelva al escenario
político con esa documentación infamante? ¿Desterrarlo acaso para que tiempo
después regrese a la patria y ponga esos documentos sobre la mesa?
Probablemente, Lavalle no conoce estos entretelones de la negociación pues es
solamente “una espada sin cabeza”, pero los rivadavianos se encargan de
persuadirlo. Dorrego debe ser acallado lo más rápido que se pueda y con su
fusilamiento quedarían silenciadas las denuncias y salvada la honra unitaria.
Y así se hace el 13 de diciembre
de 1828.
Años después, el historiador
Ricardo Piccirilli, un admirador de Rivadavia pero honesto investigador, admite
que de la testamentaría de don Bernardino surge que “Rivadavia giró en
noviembre de 1825 una letra contra Hullet por 3000 libras solicitando se imputara
a la cuenta de las 1200 libras por gastos de mi singular comisión... y el
remanente lo agregarán ustedes a mi cuenta corriente.”
Resumiendo: para acallar la
verdad, en relación a un negociado de un “prócer” del liberalismo conservador
con sus amigos los ingleses, se procede a fusilar a un caudillo popular y se
inicia un período de tremenda violencia en nuestro país.
La tradición popular recoge ese
hecho terrible de este modo: “Cielito y cielo nublado / por la muerte de
Dorrego / Enlútense las provincias / Lloren cantando este cielo”. En cambio,
entre la burguesía comercial del puerto circularán estos versos: “La gente baja
/ ya no domina / y a la cocina / se volverá.”
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