De Chile salió Varela
De Chile salió Varela
y vino a su patria hermosa,
aquí ha de morir peleando
por el Chacho Peñaloza.
¡Que viva el general Varela
por ser un jefe de honor!
¡Qué vivan sus oficiales
y viva la Federación!
La deuda histórica
Norberto Galasso, introducción
del Libro “Felipe Varela y la lucha por la Unión Latinoamericana ”
Perseguido y denigrado en vida,
silenciado y difamado luego de su muerte
El l 8 de junio de 1870, en el
cementerio de Tierra Amarilla, pequeña aldea cercana a Copiapó, en el norte
chileno, unas pocas personas acompañan los restos mortales de Felipe Varela a
su morada definitiva. Un día antes, el cónsul argentino en esa ciudad,
Belisario López, le comunicaba al embajador Félix Frías: "Este caudillo de
triste memoria para la República Argentina ha muerto en la última miseria,
legando solo sus fatales antecedentes a su desgraciada familia". Frías le
contestará días después: "Comuniqué inmediatamente a nuestro gobierno la
noticia del fallecimiento de Felipe Varela, a quien Dios haya perdonado todo el
mal que hizo a sus paisa...”.
"Triste memoria . . . “,
"fatales antecedentes . . . ", "Todo el mal que hizo . . .
" . . . Solo, en la mas absoluta miseria, envejecido prematuramente,
Varela se encuentra con la muerte mientras siguen lloviendo sobre su nombre los
dicterios del enemigo.
A partir de aquel día, las
fuerzas sociales que lo habían combatido organizaron una minuciosa campaña de
silenciamiento alrededor de su figura. Varela ya no apareció en los textos
escolares, ni en las sesudas sesiones académicas, ni en los suplementos de los
grandes diarios, ni en los gruesos tomos de historia que circulan en las
universidades. En lugar de promoverlo como "demonio" —caso Rosas—
frente a las estampas santificadas de Rivadavia o Mitre, la historia oficial
prefirió omitirlo lisa y llanamente. Durante décadas, su nombre resultó
ignorado especialmente en aquellos lugares donde la tradición oral fue
interrumpida por el predominio de la inmigración. Así , fue uno mas que ingresó
a la lista de los "malditos" registrados en el índex sancionado por
la oligarquía.
Durante mucho tiempo, solo ese
hombre anónimo de La Rioja o Catamarca, a quien la verdad histórica le llegó de
labios de su propio abuelo montonero, resguardó la memoria del caudillo.
Décadas mas tarde, cuando ya fue imposible ignorar al jefe de una vasta insurrección
que puso en pie de guerra a todo el noroeste argentino, la clase dominante
recurrió a la descalificación, apelando al arsenal de invectivas que Mitre y
sus adláteres habían dirigido contra los jefes populares. De ese modo, Varela
salió del silencio para entrar en la historia como un "infáme
bandolero", "azote de los pueblos", "Atíla
insaciable", "caudillo sanguinario", "gaucho malo y
corrompido hasta la médula de los huesos". Y para consolidar el vituperio
se recurrió al folklore oligárquico en el que aparece como culpable de
"una mañana de sangre", como un bandido que "matando viene y se
va".
El triste destino de Felipe
Varela —perseguido y denigrado en vida, silenciado y difamado luego de su
muerte— no mejoró después de 1930 con el auge del revisionismo rosista. Su
lucha contra "el Restaurador", su exaltación de la batalla de Caseros
y de la Constitución de 1853, su condena a la política porteñista —ya fuesen
sus ejecutores Rivadavia, Mitre o'Rosas— lo convirtieron en figura poco simpática
para los primeros revisionistas. Solo algunos —los menos ligados a la
concepción rosista— prestaron atención al jefe montonero y tiempo más tarde,
otros se atrevieron a condenar al mitrismo y a la guerra de la Triple Alianza ,
lo que de por sí llevaba a revalorar a Varela. Pero, en general, el rosismo se
atragantó con el caudillo catamarqueño, quien resultó triturado y deformado,
así, por dos corrientes historiográficas que, en última instancia, brotan de la
misma clase dominante.
Los historiadores libérales,
después de ignorarlo, lo habían condenado tachándolo de "facineroso"
y "sanguinario". La variante pseudomarxista de la vieja izquierda lo
rotuló, asimismo, como expresión del feudalismo reaccionario opuesto al
progreso civilizador del mitrismo que nos incorporaba a la economía mundial. A
su vez, los historiadores rosistas lo abordaron desde diversos ángulos, a cual
peor. Juan Pablo Oliver, obligado a optar entre Varela y Mitre con motivo de la
guerra de la Triple Alianza , prefirió a don Bartolo que era, "en
definitiva, el Presidente de la República Argentina " y estigmatizó al
caudillo como traidor. Vicente Sierra, por su parte, lo considero
desdeñosamente "como caudillo localista de escasa significación".
Asimismo, hubo quienes le reconocieron méritos pero, enfrentados al
antirrosismo del montonero, optaron por transcribir mutilada —y sin puntos
suspensivos que indicaran la omisión— su proclama de 1866 para ocultar sus
elogios a Urquiza, Caseros y la Constitución del '53. Finalmente, otros
prefirieron transcribir honestamente la documentación íntegra pero, recurriendo
a artilugios hermenéuticos, terminaron argumentando que Varela quería —aunque
el no lo supiese— cumplir el proyecto de Rosas, que el elogio a la batalla de
Caseros era simplemente táctica o error y que solo la ingenuidad pudo llevarlo
a confiar tantos años en Urquiza, siendo este "un simple servidor de los
intereses brasileños". Felipe Varela ya no era un bandolero, depredador de
pueblos, ni tampoco un traidor a la Patria. Era políticamente algo peor: un
zonzo.
Estos distintos enfoques
historiográficos se resuelven, en última instancia, en una coincidencia
antivarelista sustentada en la concepción de que las masas no son las
protagonistas de la historia. Para unos, el motor del desarrollo histórico son
las élites "refinadas" estilo Rivadavia o Mitre; para otros, los
grandes estancieros patriarcales, estilo Rosas. Del mismo modo, esta discusión
histórica no hace más que reflejar la polémica política. El nacionalismo
reivindica a Rosas como defensor de la soberanía frente a la invasión
extranjera y condena con justicia a "los civilizados" que apoyaron
esa invasión pero asume posiciones reaccionarias por su carácter bonaerense y
oligárquico, o burgués, en el mejor de los casos. Por eso, a su vez, combate
también —como el liberalismo oligárquico— al nacionalismo popular y
latinoamericano ya sea enjuiciando a sus caudillos o adulterándolos, como en el
caso de Felipe Varela. Tanto a los historiadores liberales como a los rosistas,
les molesta que Varela haya ingresado a la Argentina con un batallón de
chilenos, que haya tenido vinculaciones con el gobierno boliviano y que no se
haya sometido a los dictados de Buenos Aires, ni de Mitre, ni de Rosas.
Y son precisamente estas
actitudes las que agrandan la figura del montonero en la línea de Bolívar y San
Martín y la exaltan hoy justamente cuando los pueblos de la Patria Grande
comprenden que su alternativa es unirse en la liberación o permanecer desunidos
en el coloniaje.
Solo a la luz de un enfoque
latinoamericano -por encima de las historias patrias chicas- es posible captar
la verdadera dimensión de la figura de Felipe Varela. Solo desde una
perspectiva nacional, democrática y revolucionaria, es posible rescatar del
silencio a este "maldito" demostrando no solo la justicia de su lucha
pasada, sino la insoslayable vigencia que poseen hoy sus viejas banderas. A ese
propósito están destinadas las páginas que van a leerse.
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