Los puntos fundamentales de mi
vida
1. Nací en la Capital Federal y
en su barrio de Almagro, el 11 de junio de 1900. El hecho de que algunos me
crean natural de la provincia de Buenos Aires responde a la circunstancia de
que, durante mi niñez y mi adolescencia, pasé largas temporadas en la llanura
de Maipú, con parientes ganaderos. Allí me inicié en el conocimiento de las
ontologías del sur (hombres y cosas) que con tanta frecuencia aparecen en mi
obra literaria.
2. Aprendí a leer y a escribir en
un colegio francés particular. Todos mis estudios regulares los hice luego en
la Escuela Normal de Profesores de la Capital, donde obtuve los títulos que me
habilitaron para la docencia.
3. Mi personalidad intelectual,
alentada por una vocación muy temprana, se formó en la lectura y en los
ejercicios de taller literario. En tal sentido, me considero un
"autodidacto", vale decir, un hombre que busca en los libros, en las
cosas y en la meditación una respuesta vital a sus problemas interiores, y que
además busca y perfecciona los "medios expresivos" que han de
servirle para traducir "ad extra" ese trabajo interior.
4. En realidad, fui un francotirador
literario de Villa Crespo, hasta que me llamaron a colaborar en la revista
Proa, dirigida por Güiraldes, Borges y creo que Rojas Paz. Casi enseguida me
enrolé en el grupo que decidió imprimir a la revista Martín Fierro un ritmo
verdaderamente revolucionario, que no tuvo en su primera época. Cierta noche, y
como por arte de magia, nos reunimos con tal objeto, en la casa de Evar Méndez,
Güiraldes, Macedonio Fernández, el pintor uruguayo Pedro Figari, Girondo,
Bernárdez, Borges, Xul Solar, entre muchos otros que no recuerdo ahora. De
aquella velada nació Martín Fierro propiamente revolucionario, que se proponía,
en general, "entrar por la ventana", en una literatura que nos
cerraba la puerta, en particular, defender a Pettoruti y a Xul, que acababan de
exponer sus cuadros ante la rechifla del pasatismo local.
5. Creo que un poeta lo es
verdaderamente cuando se hace la "voz de su pueblo", es decir, cuando
lo expresa en su esencialidad, cuando dice por los que no saben decir y canta
por los que no saben cantar. Todo ello lo hace el poeta en una función
"unitiva" que yo concreté así en mi "Arte Poética":
"El Poeta, el Oyente y la Canción forman una unidad por el sonido".
6. Al escribir mi Adán
Buenosayres no entendí salirme de la poesía. Desde muy temprano, y basándome en
la Poética de Aristóteles, me pareció que todos los géneros literarios eran y
deben ser géneros de la poesía, tanto en lo épico, lo dramático y lo lírico.
Para mí, la clasificación aristotélica seguía vigente, y si el curso de los
siglos había dado fin a ciertas especies literarias, no lo había hecho sin
crear 'sucedáneos' de las mismas. Entonces fue cuando me pareció que la novela,
género relativamente moderno, no podía ser otra cosa que el 'sucedáneo
legítimo' de la antigua epopeya. Con tal intención escribí Adán Buenosayres y
lo ajusté a las normas que Aristóteles ha dado al género épico.
7. Adán Buenosayres quiere ser
una epopeya de la vida contemporánea, que ya no se puede escribir en hexámetros
griegos.
8. Suele llamarse "novela
clave" a la que pinta en sus héroes a ciertos personajes de la vida real
cuya identificación sería la clave buscada. Me parece un concepto pueril. Las
verdaderas claves de una obra son las que arrojan luz sobre su estructura
física y metafísica. En tal sentido, y siempre fiel a la epopeya clásica, mi
novela es la expresión figurada o simbólica de una "realización
espiritual", efectuada por su protagonista según el "simbolismo del
viaje" como sucede en la Odisea y en la Eneida. Lo que Adán Buenosayres
efectúa es una "realización crística" en dos movimientos: uno de
expansión o centrífugo, y otro de concentración o centrípeto. La Itaca material
del Héroe no es otra que su cuarto de la calle Monte Egmont; su Itaca
espiritual es el Cristo de la Mano Rota que lo pescó y lo retiene desde el
pórtico de San Bernardo, en Villa Crespo. Además, la novela desarrolla un Arte
Poética (en el banquete de la glorieta Ciro), una Filosofía de Amor (en el
Cuaderno de Tapas Azules) y una Política (en la subversión en cadena de las
cuatro clases sociales que describo al finalizar el Infierno de la Violencia).
Todo esto es más importante que decir si tal personajes es Fulano y tal otro
Mengano.
9. Desde hace años, me dedico,
más que a leer, a releer, sobre todo las Sagradas Escrituras y los clásicos.
Por eso, mi información acerca de la literatura europea "se plantó"
en los existencialistas franceses e italianos. Lo mismo digo en lo que atañe a
la literatura nacional.
10. El hombre de letras es un
manifestador de su pueblo y de las virtualidades de su raza.
11. Creo que actualmente hay dos
Argentinas: una en defunción, cuyo cadáver usufructúan los cuervos de toda
índole que lo rodean, cuervos nacionales e internacionales; y una Argentina
como en navidad y crecimiento, que lucha por su destino, y que padecemos
orgullosamente los que la amamos como a una hija. El porvenir de esa criatura
depende de nosotros, y muy particularmente de las nuevas generaciones.
12. Desde hace algunos años oigo
hablar de los escritores "comprometidos" y "no comprometidos".
A mi entender, es una clasificación falsa. Todo escritor, por el hecho de
serlo, ya está comprometido: o comprometido en una religión, o comprometido en
una ideología político-social, o comprometido en una traición a su pueblo, o
comprometido en una indiferencia o sonambulismo individual, culpable o no
culpable. Yo confieso que sólo estoy comprometido en el Evangelio de
Jesucristo, cuya aplicación resolvería por otra parte, todos los problemas
económicos y sociales, físicos y metafísicos que hoy padecen los hombres.
Leopoldo Marechal *
*Leopoldo Marechal (Buenos Aires, 11 de junio de 1900 - 26 de
junio de 1970)
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