viernes, 20 de julio de 2012

La resaca.



La resaca.
(Por Fernando Brucoli)

Uyy, por dios, que mareo –me dije tratando de pensar en voz baja- ¿donde corcho estoy?

Una habitación casi a obscuras y en un silencio sepulcral, un dolor de bocho (inequívoca herencia de algún tinto de mala calidad) mareo, la boca pastosa.

Al rato de mirar alrededor y todavía sin reconocer el lugar en el que estaba me fije en una especie de diván que, aun dándome la espalda, se presentaba tentador para continuar durmiendo la mona; trabajosamente me incorpore y fui hacia el con pasos cortos y exagerando lentitud; al mirar el diván de cerca reconocí una figura humana, un hombre flaco con la barba de un par de días, desaseado pero muy bien empilchado, buena pilcha, pero como de una película de Sherlock Holmes.

Abrió los ojos de golpe, pero sin asustarse y después de enderezar la espalda como ocultando pudorosamente el gesto de desperezarse levanto apenas la cortina de la ventana, se me quedo mirando unos segundos con unos ojos que, escondidos en sus parpados como ponchos, daban una sensación de resignación infinita, terrible.

-Buenas tarde, señor- dijo como reteniendo un suspiro.
-Hola, como andás- respondí tendiéndole la diestra –Fernando…
-Alejandro- recitó apretándome amigablemente la mano y ahora con un gesto divertido 
-¿nos conocemos?
-Hmmm, yo no me acuerdo ¿donde estamos?- ahora el que esbozo una sonrisa fui yo

-A ver, déjeme que haga memoria- el trato de “usted” me puso apenas en guardia, pero el hombre continuó –me dejo acá el auto de la embajada yanky después de pasar por millares de retenes y puestos de control de un enjambre de tipos que ninguno tenia la mas pálida idea de que tenían que retener ni que había que controlar, es mas hoy mismo debo ser el tipo mas buscado del país, pero cruce la ciudad con las ventanilla abiertas y saludando a cientos que me reconocían y agitaban saludos a nuestro paso. Ahora estoy aquí, conversando con usted, supongo que no salimos de la ciudad, cosa que por otro lado seria bastante prudente.

-Uf, je, cada vez entiendo menos ¿estaremos muy lejos de Flores? Porque la verdad, no me queda una moneda y tengo una resacota que me esta matando…

-Me parece que anda un poco perdido amigo, ustedes los rojos ¡como le dan al escabio¡- repuso mientras se reía ajeno ya a los pudores y acartonamientos que estaban empezando a incomodarme- cuénteme, quien es usted, así podemos conversar como corresponde, nos presentamos y listo- dijo jocosamente, para continuar después en un hilo de voz- por lo visto a mi no me conocés…

-No disculpá, pero no- pensé que tal vez se tratara de alguna cantor o uno de esos famosos, como no tengo tele, nunca reconozco, y continué como simulando cierta pompa que estime muy graciosa- me llamo Fernando, soy empleado y estudiante crónico, me gusta Pappo, nací en Paternal y me crié en el hermoso Parque Chas, acabo de pasar la edad del Dante no me gusta el fobal, soy progre pero borrachin, bah, demasiado borrachin pa progre, pero demasiado progre para ser el rufián melancólico, ehjm, así, mas o menos…

-Ja ja, ahora el que no entiende nada soy yo, venga amigo, usted me cae bien, venga que le cuento, sabe que en los sótanos del palacio de invierno había una bodega enorme, una bacanada que emberretinaba al zar y en dos minutos usted se va a dar cuenta que algo de razón tenia el hombre…
Dijo esto y de abajo del diván saco una botella de vino, la estudio detalladamente mientras murmuraba:

-Me hubiera gustado probar el Château d’Yquem 1847 pero tuve que manotear cualquiera al azar, je, pero este va a andar bien –dijo mientras intentaba afanosamente abrir el elixir que abrazaban sus dedos- así que argentino, estos días esperaba al embajador que me iba a enviar su presidente, Yrigoyen, ahora me parece que no voy a poder conocerlo, ja ja, lindo país, me han dicho, alguna vez lo iré a conocer…

El corcho cedió a los ímpetus de mi anfitrión y se interrumpió para darle un profundo beso al deteriorado pico, siguió hablando mientras me extendía la botella de la que me prendería como a una mamadera.

-Opojmelitsa, decimos de este lado del mundo, la única forma civilizada de combatir la resaca, beba camarada, beba hasta que se le pase, hasta que deje de llover sopa…

La imagen de toneladas de Vitina cayendo sobre los techo me resulto tan graciosa que mi reprimida carcajada me hizo salir un chorro de vino por la nariz. El ruso me contemplaba con gesto divertidísimo, como empecinado en que el universo se redujera a esa sola habitación.

El buen sorbo que me iba de a poco calentando la sangre me ayudó también a tratar de devolverme a cierta presencia, obviamente estaba tremendamente drogado y viviendo una extrañísima pero vívida alucinación en la que me estaba tomando un vino con un ruso de vaya a saber que época, que a la sazón me hablaba en excelente porteño aunque decía no haber pisado nunca Buenos Aires, y que, por si esto se quedara corto, estaba esperando un embajador de ¡Yrigoyen! 
Ok, claro, ahora era todo mas claro, como el agua del Riachuelo.

-Y diga compañero, ¿como es eso de que llueve sopa? porque de los fenómenos climáticos rusos se bastante poco, ¿pero eso de que llueve sopa? Ojala que lloviera de este vino, mamita ¡esta zarpado en bueno!

-¿Por qué llueve sopa? Ah… esa es buena, hace algún tiempo tuve un conversación con Lvov, hablando del temita este de los bolcheviques, el tipo se cagaba de risa, decía que eran unos tipos que andaban por la vida con una cuchara en el bolsillo del saco esperando que llueva sopa, que no había que preocuparse por ellos a menos que, efectivamente, lloviera sopa, ja ja ja; quien iba a pensar que Rusia iba a morir ahogada en una tormenta de caldo y fideitos, ja ja ja
Hablaba y su cara se iba poniendo cada vez mas rara, como si las carcajadas que sobreactuaba su boca fueran negadas una a una por un velo sombrío que desde sus ojos cubriera todo con una pringosa patina de tristeza. 
Cuando pudo para de reírse, justo cuando pensé que comenzaría a llorar a lagrima viva, me arrebató la botella de las manos y se la entubo entre los labios empinada casi perpendicular al piso. Se quedó callado, largamente callado, por lo visto en algún momento el peso de mis parpados le gano al efecto de opojmelitsa y me quede dormido.
Me despertó sobresaltado el batifondo de la puerta del baño de mi casa de flores, que se abría empujando mis pies que, como muertos, trababan su recorrido; el ruido, la luz terrible de las lamparitas bajo consumo, la voz chillona de mi mujer increpándome por haberme quedado dormido en el inodoro, con el codo empuje la puerta y una vez vuelta a cerrar me subí los pantalones, camine los exiguos pasos hasta la cocina; no sin hacer un poco de enchastre llene el pingüino de cerámica con un buen litro de tinto de la damajuana, la deje ahí nomás y me encamine de nuevo al baño, mi jermu me miraba seria:

-¿A donde mierda vas con eso?
-Me voy a tomar un vino con el Flaco Kerenski…

Fernando Luis.

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