Leímos esto el pasado Viernes en:
http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/subnotas/201254-60138-2012-08-17.html , para no olvidar.
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Cadena de muertes
Por Alejandra Dandan
Desde La Rioja
El juicio todavía no empieza. En
la calle, entre quienes todavía no saben que el comienzo se postergó hasta la
tarde, está el cura Gonzalo Llorente, parte de las comunidades eclesiales de
base que cuando tenía 19 años y todavía no era sacerdote dejó la militancia en la JUP de Buenos Aires para
venirse a formar parte de la primera experiencia de uso y tenencia colectiva de
la tierra, impulsada en Vichigasta por el obispo Enrique Angelelli. Por esa
experiencia se exilió primero en la capital de La Rioja y después en Buenos
Aires, cuando fusilaron a uno de sus compañeros, el laico Wenceslao Pedernera,
cinco días después de que arrojaran los cadáveres de los dos curas Carlos
Murias y Gabriel Longueville en un espiral –como alguna vez lo llamó el obispo–
que terminó quince días más tarde con la ejecución de Angelelli. La pelea por
la lectura en sucesión de estos casos es uno de los ejes de este juicio. Aquí,
el hombre que luego volvió a Buenos Aires a ordenarse de cura y ahora es
sacerdote de Chepes vuelve despacio, desde la ventana de un bar, a esa historia
que siguió a comienzos de agosto de este año con un encuentro con su obispo en
la región de los llanos.
“Creo que en La Rioja se han acallado las
voces de nuestro pueblo con distintos manejos, y esto del inicio del juicio
oral y público es como una puerta que se abre. Es como que nos quedamos
callados frente a tanta impunidad, como resignados. Sí nos falta como Iglesia
no predicar la resignación, y la presencia acá como curas es alentar. Este
juicio alienta nuevas esperanzas, por eso uno está acá, porque no queremos que
se frustre, y no queremos más la resignación ni la impunidad. Empezaremos con
los curitas, con Wenceslao y el pelado (Angelelli). La sociedad civil nos ha
dado muchas lecciones a la sociedad religiosa, a la que se nos ha metido esto
del perdón y del olvido y esto que muchas veces la Iglesia es cómplice en su
silencio o actitudes y eso es como que también nos ha ido metiendo esa falsa
conciencia, porque estoy seguro de que Dios no quiere esto, menos cuando el
otro no hace ningún gesto de culpa o arrepentimiento.”
–¿En quién está pensando?
–En Videla, en Menéndez, en
Estrella (comodoro Luis Fernando acusado en el juicio), en Vera (ex comisario
Domingo Benito también acusado), en los que mataron a Wenceslao frente a la
familia con saña y con odio y nosotros nos hemos quedado callados, uno siente culpabilidad
en los silencios.
–¿Estuvo con Wenceslao?
–Compartí bastante. Estuvimos
trabajando juntos en un campo, en la lucha por la tierra donde uno está en la
zona rural porque se siente inclinado vocacionalmente por estos sectores de
nuestra gente, porque lleva la tierra en el corazón. Con Wences estuvimos
juntos un año y medio en la lucha con monseñor Angelelli en la zona de
Vichigasta, un campo que se llamaba La Buena Estrella.
Ahí trabajamos con Carlos y Rafael y Wences del movimiento rural, con Coca, su
esposa, y sus hijos. Eso empezó después del fracaso político que hubo frente a
las traiciones de Carlos Menem en la primera gobernación y de los sectores
justicialistas y radicales, que en ese momento no quisieron expropiar el
latifundio a Salinas, que estaba en otro lugar.
–¿En qué año fue? ¿Qué pasó?
–Fue para el año ’72, ’73.
Monseñor llegó a La Rioja
en el ’68 y una de las realidades que descubrió con su oído atento era que la
situación del hombre rural era de las más postergadas: todos en negro, a la
gente que era empleada le pagaban miserias o solamente vivían porque los
dejaban estar en el campo, no le pagaban sueldos, les dejaban tener sus
gallinitas y algunas cabritas. Todo eso reclamó la conciencia de monseñor y de la Iglesia. Quiso dar
respuesta a esa realidad y vinieron los del movimiento rural diocesano, que era
como la juventud obrera católica, pero en la zona rural, preocupados por el
sentido de justicia, por las estructuras de pecado que padecía el hombre de
campo. En ese momento había un latifundio improductivo e hizo una propuesta de
cooperativa. Cosa que fue muy rechazada y creo que la muerte se puede leer con
muchos argumentos desde el conflicto con la tierra. El conflicto más virulento
que tuvo con los empresarios y la oligarquía de La Rioja era por el tema de la
tenencia de la tierra, por un sistema de manejo de la tierra muy injusto y muy
atropellador.
–¿Qué pasó con la propuesta de la
cooperativa?
–Su idea era expropiar ese
latifundio que lo habían tomado los dueños de una forma muy injusta, despojando
a la gente, y buscaba formar una cooperativa de trabajo que beneficiaría a unas
setenta familias. La propuesta estaba apoyada por el trabajo de las hermanitas
que estaban allí y la gente del movimiento rural. Carlos Menem en campaña
primero dijo que sí, pero cuando asumió, en la Legislatura se desató
una lucha por la expropiación y allí los legisladores se opusieron a entregarla
a la cooperativa. Querían hacer parcelamientos individuales. Y el obispo lo
sintió como una traición muy dura.
–¿Qué dijo?
–Angelelli lo expresó en misas
radiales (que hacía todos los domingos hasta que se lo prohibieron después del
golpe). Al final no se hizo nada. Nunca se expropió, pero fue un golpe duro
porque él tenía mucho aprecio al trabajo de la gente por el campo, pero a la
vez porque veía que eso podía tener efecto multiplicador sobre el uso y
tenencia de la tierra.
–¿Ahí empezó la persecución?
–Todavía no. A partir de una
donación de las Hermanas de la
Asunción en Palermo, se compraron unas tierras. Ahí me vine
yo de Buenos Aires a La Rioja
para sumarme a esa experiencia con Wensceslao y Carlos y Rafael. Armamos una
cooperativa, integramos la economía, había un trabajo sobre 340 hectáreas con
riego. Ya a fines del ’75 estaban todas las amenazas de la Triple A. Angelelli nos
dice: “Changos, yo les voy a pedir que salgan de aquí porque no les voy a poder
garantizar la seguridad, y ahí fue cuando Wensceslao se fue a Sañogasta con su
familia, que estaba cerquita del primer lugar. En ese momento, la amiga de un
cura francés le compró una tierra para que puedan vivir. Nosotros nos vinimos
aquí a la capital de La
Rioja. Y el 25 de julio de 1976 lo mataron, lo acribillaron
frente a la familia violentamente.
–¿Hacía cuánto que se habían ido?
–Nos fuimos a fines del ’75, o
sea que fue medio año después. Yo me vine a La Rioja , cuando lo mataron a él me volví a Buenos
Aires. Yo estaba solo, tenía 19 años cuando llegué en el ’73, tenía una
militancia política en unos barrios, pero también en la juventud universitaria
peronista, después entré al seminario en el ‘78.
La pastoral de los mártires
–Acá –dice Gonzalo– el que
lideraba el proyecto de construcción de vida y popular era monseñor Angelelli,
creo que era el que aglutinaba todas las fuerzas diríamos revolucionarias de
ese tiempo, de transformación de la sociedad, de un modelo más social,
socialista. Me parece que estaba bien identificado en la construcción del
reino, pero un reino de vida para todos, donde todos tengamos lugar. A partir
de esta militancia, yo descubrí un rostro del pobre, de la situación de opresión
y por eso me vine. Dejé el peronismo para involucrarme en una militancia más
desde la Iglesia ,
que tenía muchas afinidades con el proyecto peronista, con algunos laicos y
muchos otros compartíamos la mirada del proyecto. El que conducía los sueños y
la construcción de las organizaciones barriales, de trabajos comunitarios, de
un modelo distinto del uso de la tierra y la tenencia a partir de esas
orientaciones de Medellín y San Miguel era Angelelli. La gente que vivió esa
Iglesia era de Dios, y uno está convencido de que son mártires: si los mataron
era para acallar una Iglesia, para acallar una voz, por eso es una memoria que
nos interpela, nos compromete y seríamos muy incoherentes si no rescatamos ese
compromiso y esa lucha que llegó hasta derramar la sangre.
–Hubo un acto el último 18 de
julio. El obispo no dijo mártires, sino supuestos mártires, como si aún a la Iglesia le costara
reconocer.
–Eso es. La estructura de la Iglesia es una estructura
pesada que la vamos haciendo caminar, y uno tiene esperanzas de hacerlo. Este
dictamen del juez de declarar a la muerte de Angelelli como premeditada, que no
fue un accidente sino un asesinato, ayudó. El Episcopado recién ahora dice que
fue así. El 5 de agosto pasado celebramos una misa en los llanos con el obispo
de acá. En esa zona seguimos alentando ese espíritu de la pastoral quizá porque
nos ha tocado más de cerca el martirio. Pero vino el obispo a compartir la
eucaristía. Leyó la carta del Episcopado, donde expresa y hace suyo el dictamen
de la Justicia
civil que hasta ahora había silenciado. Una cosa que nos duele profundamente es
que todavía no se ha podido iniciar la causa de beatificación porque no estaba
el dictamen, ahora ya está, depende de nosotros.
–¿Qué harían ellos si siguieran
acá?
–Carlos era joven y tenía muchas
expresiones interesantes. Los 18 de julio se hace una peregrinación juvenil, y
se va haciendo memoria, rescatando lo que ellos vivieron y tratando de que a
ellos se los interpele hoy. Los imagino en la lucha de hoy, que es el tema del
campesinado. Angelelli alentaba la organización popular, aunque hagan el grupo
de la remolacha, decía. Ahora muchos campos se están vendiendo. Como se corrió
la frontera agrícola, valen más para la crianza de ganado, y los que llegan ya
no tienen relación con los vecinos que entonces se quedan sin campo para hacer
andar a sus cabras. Porque vivir en el campo en nuestra zona es muy difícil.
Tenemos 300
milímetros de agua en el año y siempre la plegaria de
nuestro pueblo es la lluvia. Ahora, en agosto empezamos, seguimos en septiembre
y octubre: todas las misas para que nos llueva. Si no llueve tienen que traer
agua del pueblo o vender los animales y en este tiempo estamos con sequía
grande. No es fácil. Y el sentido de la vida es cuando vos tenés desafíos y
sueños, que se hacen de la construcción y de la escucha y no de esperar que el
otro se resigne a darme algo o llevarme el agua.
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