¨Termino mi defensa, no lo haré como hacen siempre todos los letrados, pidiendo la libertad del
defendido; no puedo pedirla cuando mis compañeros están sufriendo ya en Isla de
Pinos ignominiosa prisión.
Enviadme junto a ellos a compartir su suerte, es
inconcebible que los hombres honrados estén muertos o presos en una república donde
está de presidente un criminal y un ladrón.
A los señores magistrados, mi sincera gratitud por haberme permitido
expresarme libremente, sin mezquinas coacciones; no os guardo rencor, reconozco
que en ciertos aspectos habéis sido humanos y sé que el presidente de este
tribunal, hombre de limpia vida, no puede disimular su repugnancia por el
estado de cosas reinantes que lo obliga a dictar un fallo injusto.
Queda todavía a la Audiencia un problema más grave; ahí están las causas
iniciadas por los setenta asesinatos, es decir, la mayor masacre que hemos
conocido; los culpables siguen libres con un arma en la mano que es amenaza perenne
para la vida de los ciudadanos; si no cae sobre ellos todo el peso de la ley,
por cobardía o porque se lo impidan, y no renuncien en pleno todos los
magistrados, me apiado de vuestras honras y compadezco la mancha sin
precedentes que caerá sobre el Poder Judicial.
En cuanto a mí, sé que la cárcel será dura como no la ha sido nunca
para nadie, preñada de amenazas, de ruin y cobarde ensañamiento, pero no la
temo, como no temo la furia del tirano miserable que arrancó la vida a setenta hermanos
míos. Condenadme, no importa, La historia me absolverá.¨
*Fidel Alejandro Castro Ruz, 13 de agosto de 1926, Birán antigua
provincia de Oriente.
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