"Allí en el Vicariato de la Armada la conocí a Azucena
el día en que Grasselli le dijo al actor Marcos Zucker que su hijo estaba
muerto --cuenta Josefa García de Noia--. Ahí, en ese momento, Azucena dijo
fuerte que tendríamos que ir todas a Plaza de Mayo; lo dijo con voz fuerte
justo en la mitad del salón. Ella fue la que lo propuso, sólo ella. Con voz
fuerte, con coraje, porque ella era una mujer de mucho coraje; se ve que era
luchadora, no lo dijo ni en voz baja ni en un rinconcito."
"Yo la conocí a Azucena en
el Ministerio del Interior, en Balcarce 50 --cuenta María del Rosario
Carballeda de Cerutti--, éramos un montón de mujeres desesperadas preguntando
por los nuestros. Ahí escuché a una señora que decía que no podía ser, que el
gobierno no hacía otra cosa que mentirnos y tratar de sacarnos información, que
había que organizarse, que había que meterse en la Plaza de Mayo y hacerse
escuchar... poco después me enteré que esa mujer era Azucena... ahora repienso
aquel día y me parece mentira que una mujer, en pleno conocimiento de las
atrocidades que los militares estaban haciendo y con la impunidad con que
estaban asesinando, se animara en la misma 'boca del lobo' a proponer en voz
alta y bien clara a otras madres que organizáramos mejor la búsqueda y el
reclamo".
María Adela Gard de Antokoletz la
conoció en los primeros días de abril del '77 en el Vicariato de la Armada. "Vino mi
nuera y me dijo que había una señora que estaba diciendo unas cosas muy
interesantes. Fuimos, había una mujer que estaba diciendo que era inútil estar
allí, que nos ocultaban todo. Y agregó en voz alta, muy claramente, mientras se
golpeaba la pierna con una cartera o con un monedero que tenía en la mano, como
para darle más energía a lo que estaba diciendo: 'Tenemos que ir a Plaza de
Mayo porque allí se produjeron, a través de los años, las más grandes
concentraciones y los hechos políticos y sociales significativos. Y una vez
allí, cuando seamos muchas debemos ganar la calle y meternos en la Casa de Gobierno, para
imponerle a Videla lo que pretendemos'."
Varias de las mujeres estuvieron
de acuerdo y empezaron a intercambiar teléfonos para avisar a otras familias.
Algunas preguntaron qué iban a hacer en la plaza. "Nada --decía Azucena--,
nada especial, aunque sea sentarse, conversar y ser cada día más",
recuerda María Adela Antokoletz.
"Si Azucena tenía en claro
algo --recuerda Nora Cortiñas-- era que una organización de este tipo se podía
construir si se daba participación, si se hacía entre todas. En primer lugar,
la idea de organizarnos y reunirnos en la Plaza fue de Azucena, pero aparte, ella era una
líder natural, que no hacía esfuerzos por imponerse a los demás ni pretender
liderazgos, era como una gallina que nos cobijó a todas como si fuéramos sus
pollitos... hasta cobijó a quien iba a ser su secuestrador."
Ese sábado 30 de abril a las
cuatro y media de la tarde se reunieron por primera vez en Plaza de Mayo, como
había impulsado Azucena Villaflor. Eran amas de casa, no sabían ni les
importaba que estaban gestando la mayor epopeya ética de la argentina contemporánea.
Según la reconstrucción de
Arrosagaray, las mujeres que se encontraron ese día fueron: Azucena Villaflor
de Devicenti, Josefa de Noia, Raquel de Caimi, Beatriz de Neuhaus, Delicia de
González, Raquel Arcusin, Haydée de García Buela, Mirta de Varavalle, Berta de
Brawerman, María Adela Gard de Antokoletz y sus tres hermanas, Cándida Felicia
Gard, María Mercedes Gard y Julia Gard de Piva. Eran trece mujeres en
representación de diez secuestrados y desaparecidos.
Había una jovencita que no quiso
dar su nombre. "Era una chica del Partido Comunista --recuerda María Adela
Antokoletz--, pero como nos dijo que su partido no estaba con estas madres,
ella no podía aparecer y contradecir sus directivas, pero dijo que había venido
igual porque le parecía bien." Josefa de Noia describe a la muchacha como
"jovencita y grandota". Según otros recuerdos, también estuvieron
presentes Raquel Mariscurrena, acompañando a su consuegra Raquel de Caimi, y
Lidia Moeremans, prima de Azucena Villaflor. En la reconstrucción que hace
Arrosagaray señala que el nombre de Rosa Contreras ronda también algún recuerdo
que la ubicaría aquella tarde en la plaza.
"Debemos mencionar por lo
menos a otras tres mujeres que no participaron de este encuentro inaugural, no
porque estaban en desacuerdo o porque por alguna razón no quisieron estar
--advierte Arrosagaray--, sino que razones prácticas, de momento, se lo
impidieron. Son ellas Juanita Pergament, Nora de Cortiñas y María del Rosario
de Cerutti. Pero las tres venían trabajando desde los días previos, e incluso
hablándoles a otras para lograr la concreción de ese temerario
lanzamiento."
Eran las cuatro y media de la
tarde de un sábado y además de los granaderos y ese grupo de Madres, no había
gente en la Plaza
de Mayo. Y la idea era sobre todo instalar públicamente la imagen de las madres
que buscaban a sus hijos desaparecidos.
"Estuvimos allí --relata
María Adela Antokoletz-- algunas sentadas y otras paradas. Eramos poquitas...
cada una a su turno se presentó, dijo cómo se llamaba y contó cuándo y de qué
forma habían secuestrado a su hijo."
"Me acuerdo como si fuera
hoy... hasta el lugar en donde conversamos --cuenta Haydée García Buela--. Yo
llegué sola y caminé entre los canteros buscando con mi mirada otras mujeres...
¿vio que desde la pirámide salen caminos hacia los bordes, hacia las
veredas?... Bueno, yo me encontré con María Adela y sus hermanas en uno de esos
senderos, cerca de Rivadavia, casi a la altura del centro de la Plaza... ¿Ustedes también
vienen por lo mismo?, les pregunté, y ahí nos quedamos conversando unos
minutos, hasta que vemos venir a otras tres mujeres agarradas de los brazos,
muy pegadas y serias. Se sumaron a nosotras y enseguida la que venía en el
medio empezó a hablar como tomando la batuta de la reunión y a mí me molestó
mucho. Esa duda mía se transformó rápidamente en un cariño enorme por esa
mujer, que resultó ser Azucena."
Arrosagaray indica que Azucena y
las otras Madres estaban contentas por lo realizado. Había sido la primera
reunión en público, algo que las ponía en otro lugar que el eterno peregrinaje
por las oficinas del gobierno, las Fuerzas Armadas y la Policía. Ahora
ellas empezaban a reclamar de otra forma. Pero se dieron cuenta que había sido
un error elegir un sábado. La reunión siguiente fue un viernes y asistió el
doble de Madres, donde discutieron el borrador de un pedido de entrevista a las
autoridades que había llevado María del Rosario. Pero ese viernes, Dora
Penelas, otra de las Madres, dijo que los viernes era "día de brujas"
y que reunirse esos días les traería mala suerte. Entonces pasaron a reunirse
los jueves a las tres y media de la tarde. Y así siguió hasta la actualidad
como una cita de honor donde, sin que ellas lo supieran, se estaba jugando
también la dignidad de un pueblo sometido a la peor de las dictaduras. Allí
estuvieron con lluvia o con sol, pese a la represión y a las provocaciones
humillantes.
Ellas no tenían idea de lo que
habían gestado ni las furias que habían desatado. Antes que terminara ese año,
el grupo de tareas de la ESMA ,
encabezado por Alfredo Astiz, secuestró y desapareció a Azucena Villaflor y a
otra decena de Madres y familiares.
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