El refugio.
58 años; allá por 1954 y haciendo
un reconocimiento a la labor de los bibliotecarios como trabajadores, como
obreros de la difusión y conservación de la cultura, el General Perón decreto
la instauración de “Día del Bibliotecario”.
Porque en el tiempo,
bibliotecarios hubo muchos, y muchos fueron los modelos que estos profesionales
consiente o inconscientemente siguieron en su laburo.
Es para una forma en particular de
esta labor para la que quisiera dedicar esta modesta reflexión, para un par de
tipos y un par de bibliotecas que estuvieron presentes en mi juventud y que son
los culpables de que a estas horas de la vida siga pensando que aquella es una
tarea envidiable y maravillosa.
La pubertad me agarro allá por el
edificio rosado de la biblioteca de Saavedra, entre enamoramientos
patéticamente fallidos, primera borracheras y últimos juegos infantiles,
sostuve con ansiedad mi visita al banco junto a la ventana donde las mil noches
y una que tradujo para mi Juan Vernet me ayudaban a cruzar el mundo una y otra
vez entre charla y charla con Silvia, que eso también es parte del oficio, charlarle
a un preadolescente lleno de granos para lograr que se sienta a gusto,
refugiado del mundo cuando -por lo que sea- lo necesite.
A medio mamar, a medio dormir,
con unas ganas locas de nunca tener que dejar de andar por cualquier lado,
estrenando mis piernas de adulto, esas que me llevaban a lugares a donde no me
dejaban mis padres, a donde no preguntaba si podía, me encontró el café
gratarola de la vieja biblioteca del congreso, un café, un lugar a donde la
policía no me lleve, y eventualmente algún libro. Otro refugio, y todavía no se
ponían bravos los 90s.
La escuela secundaria es a veces
un lugar complicado, muchas cosas se entreveran en los pibes a esa edad y
encima encerrados en esos campos de concentración donde quien no es policía de
aula es penitenciario o simple buchón. Te toman lista, te dicen pelotudeces
monstruosas que no tenés derecho a refutar, te obligan a escuchar los
comentarios mas retrógrados y forros como si fueran verdades universales.
Pero
escondida del ojo de ese monstruoso panóptico había un lugar a donde nadie te
miraba, un montón de libros escritos -mucho de ellos- por gente que detestaba a
esa maquina represiva tanto o mas que uno, un montón de cosas que las mentes de
alfiler de los docentes no podrían -ni aunque quisieran- transformar en
conocimiento o siquiera entretenimiento, un oasis, un refugio…
Y así me acostumbre a pensar la
biblioteca, como un refugio a donde estar a salvo de la intrascendencia y la
violencia de la rosca cotidiana. Y así me acostumbre a ver al bibliotecario,
como el guardián de ese refugio, el que iba a tener afuera, lejos, a los
padres, policías, maestras, docentes, celadores y penitenciarios varios de los
que siempre hay de mas.
Así lo veo, así lo creo, y a eso
es lo que quiero pertenecer cuando me tomo el trabajo de soñar con ser parte de
esa profesión o mejor dicho –y no me vengan con huevadas- de ese oficio.
A todos esos guardianes del
refugio último de cualquier libertad les envío entonces el más apretado de los
abrazos.
Fernandoluis.
No hay comentarios:
Publicar un comentario