Leemos y compartimos La Editorial aparecida en: Señales Populares
Editorial
por Norberto Galasso
Vivimos un momento político
altamente complejo. Después del aplastante triunfo electoral logrado por el
campo nacional –con casi 40 puntos sobre la segunda fuerza política- podía
esperarse confiadamente en un fortalecimiento del gobierno que facilitase la
profundización del “modelo” implementado desde el 2003. Ese robustecimiento se
ha producido en lo institucional, con las mayorías logradas en los cuerpos
legislativos, pero lamentablemente, han
aparecido diferencias en las bases de sustento social que es necesario superar.
Ya hemos señalado que dado el
carácter amplísimo –policlasista- que caracteriza a los movimientos nacionales
es común que así como se conjugan coincidencias frontales respecto
al enemigo común, se manifiesten
también disidencias laterales entre los sectores que componen el frente
nacional. En esas ocasiones, los líderes se encuentran ante la difícil tarea de
representarlos a todos al mismo tiempo, pero manteniendo un equilibrio tal que
impida a cualquier sector considerarse desplazado o ninguneado. Asimismo,
también es responsabilidad de cada sector la defensa de sus intereses
específicos, pero evitando que ello
signifique el debilitamiento del conjunto lo cual lo convertiría en funcional a
las fuerzas retrógradas siempre dispuestas a volver al pasado.
En el caso de la Argentina actual provoca
preocupación la desinteligencia entre la Presidenta de la
Nación y la actual conducción de la Confederación General
del Trabajo. El desacuerdo, que pudo irse amenguando, por el contrario, se ha
agudizado. Y en esta compleja situación se mueven fuerzas que aunque no tienen
inconveniente en valorar el llamado “modelo” sustentan proyectos estratégicos
diversos, lo cual crea, en el campo popular, cierta sensación de molestia y de
incertidumbre. Aquí y allá se observan realineamientos, acuerdos temporarios,
ausencias y presencias, en un escenario
donde, a su vez, se mueven las presiones externas al movimiento. Estas parecen
convencidas de que ya nada pueden esperar de la vieja dirigencia opositora,
quebrada en las últimas elecciones, y aspiran a
sacar provecho de las disputas internas del movimiento nacional, para
encontrar el hombre para el 2015, pues
ni Binner ni Macri podrían jugar el rol
que la reacción busca para dar vuelta el
reloj de la historia.
Estos disensos crean inquietud y
confusión en la militancia, tanto entre los trabajadores como en la clase media
popular. Esa confusión se agrava con las
explicaciones facilistas de uno u otro lado: Moyano, por machista, no
soportaría el liderazgo de una mujer; Cristina, a su vez, consideraría que
Moyano quiere disputarle la conducción; los jóvenes de clase media no tendrían simpatía por un dirigente de tez
morena o a su vez, el moyanismo desconfiaría
de los muchachos recién llegados al movimiento. Con estas
simplificaciones parece difícil acercarse a una interpretación cercana a la
verdad y quienes no tenemos vocación de
obsecuentes, ni perseguimos cargos, ni ventajas de un lado ni del otro, juzgamos necesario ahondar en los sucesos
ocurridos sin reservas mentales ni oportunismos de ninguna clase, dispuestos a
entrar en la discusión franca y abierta.
“Señales Populares” existe para apoyar todo
proceso de liberación nacional y para acompañar al movimiento nacional y
popular, preferentemente a los trabajadores, a los cuales considera la columna
fundamental de los cambios profundos que
se necesitan. Lo ha hecho, lo hace y lo hará desde una perspectiva
independiente, cuya estrategia apunta hacia
la unión latinoamericana y “el socialismo del siglo XXI”, es decir, un
socialismo nacional. Desde esa
perspectiva considera que desde el 2003 en adelante se avanzó notablemente
desde lo que Néstor llamaba “el infierno” hasta la situación actual, lo cual
explica el apoyo electoral último al kirchnerismo y entiende también que en
este proceso de recuperación, la
CGT jugó un papel importante.
Como un ala del movimiento
nacional –o su columna vertebral, como dio en llamarla Perón- la CGT conducida por Moyano dió
su apoyo al gobierno, desplazando a los sindicalistas-empresarios del
menemismo y a su vez, acercándose al
sector nacional y popular de la
CTA (Yasky). Recuperó paritarias, empleo y conquistas que le
había robado el neoliberalismo y con importantes concentraciones ratificó el
camino del MTA contra el menemismo, todo lo cual llevó a su conducción a suponer que estaba en
situación de avanzar en el terreno
político y lograr una mayor presencia en el movimiento. Esa CGT según expresión
del propio Moyano, tenía su derecha
(Viviani) y su izquierda (la corriente política del sindicalismo peronista
(Schmid, Plaini y otros) y la Juventud Sindical.
La constitución de estas dos últimas organizaciones revelaba esa intención de
mayor protagonismo, y lo fue a tal punto que Recalde, diputado y asesor de la CGT, impulsó el proyecto de
participación obrera en las ganancias de las empresas, en el Congreso, proyecto
que pareció llevar el guiño de la Presidenta. Sin
embargo, cuando Moyano expresó en la cancha de River su convicción de que algún
día un trabajador ocupase la presidencia de la Nación, Cristina entendió
que ello expresaba una disputa por el poder y le salió al cruce sosteniendo que
se consideraba una trabajadora pues
trabajaba desde los 18 años.
Es difícil saber si el
sindicalista lo expresó pensando en él mismo o en un futuro candidato obrero,
pero es razonable pensar que la
Presidenta lo entendió como un excesivo protagonismo de una
de las alas de su movimiento, ya fuese ambición personal o de clase.
Ignoramos si existieron otros
chisporroteos personales, telefónicos o por intermediarios, pero, dada la
información que poseemos pareciera que ese fue el inicio del conflicto. Lo
cierto es que la Presidenta manifestó públicamente su disconformidad con el proyecto-ley de Recalde
sobre participación en las ganancias -aún cuando figura en el 14 bis de la Constitución
reformada en 1957- derivando esa posibilidad a las paritarias,
probablemente considerando que la CGT avanzaba más allá de lo
conveniente. Asimismo, al confeccionarse las listas para las últimas
elecciones, algunos sindicalistas que tenían casi asegurado un lugar que los
catapultaba al recinto del Congreso Nacional, fueron impulsados hacia atrás en
el orden de las candidaturas. Desde el fondo de la historia vino a
repetirse un suceso común en los movimientos populares: las ventajas de la
unidad de mando y la verticalidad tienen también sus inconvenientes. No era un
congreso del P. J. el que tomó la
decisión, sino el círculo íntimo de la Presidenta que, la calle llama “mesa chica”
integrada, al parecer, por Cristina,
Máximo y Zanini. ¿La razón del cambio? Cristina estima que, por sobre todo,
ante el fuerte enemigo externo (las corporaciones económicas, en gran parte
extranjerizada y las mediáticas) así como ante la crisis mundial que amenaza golpearnos, resultaba fundamental tener
legisladores totalmente adictos y no con relativa independencia que
pretendiesen acelerar las transformaciones más allá de lo posible. La respuesta
la dió Moyano, en el acto realizado en la cancha de Huracán, poco después renunciando al P. J. por
considerarlo “una cáscara vacía”, lo cual
era cierto pues no había intervenido en la preparación de las listas,
aunque también es cierto que en la historia del peronismo el partido era
-para Perón- un simple instrumento y su
“dedo” marcaba presencias o ausencias. Pero, en esa reunión de Huracán, Moyano
erró al pronunciarse positivamente respecto a un gremialista muy cuestionado,
al tiempo que formuló reclamos por la
elevación del mínimo no imponible del impuesto a las Ganancias, en defensa de
las asignaciones familiares y exigió la entrega de fondos de las obras sociales
que el gobierno le adeuda. Allí la ruptura se ahondó.
La Presidenta por su
parte, que había sostenido meses antes, que el camino era “la profundización
del modelo”, hablaba ahora de “sintonía fina”, es decir, reducción de subsidios
y más prudente administración de las erogaciones estatales, probablemente
debido a la previsible baja de nuestros precios de exportación dada la crisis
mundial mientras trascendía que quizás el gobierno pondría techo a los aumentos
de salarios no homologando aquellos acuerdos que considerase excesivos y
agudizarían el aumento de precios. Esta formulación de la presidencia hizo
pensar que se desaceleraría el ritmo de las transformaciones pero, sin embargo,
hoy el gobierno ha avanzado al modificar la carta orgánica del Banco Central y
ha puesto en jaque a las petroleras extranjeras, dos medidas que robustecen
nuestra soberanía. A su vez, la
CGT, que había evidenciado su disgusto por lo que
entendía era un viraje del gobierno a
favor de los sectores medios (creciente importancia de La Cámpora) y aún hacia los
empresarios, en detrimento de los trabajadores, profundizó su carácter
sectorial, insistió en sus reclamos y su secretario general fue demasiado
invitado por los periodistas del sistema, en reportajes donde se multiplicaban
las “trampas de oso” para agravar las mencionadas disidencias.
El disentimiento se ha
profundizado y preocupa mucho a quienes militamos para que las transformaciones
se profundicen en el camino de la liberación nacional y social. Más allá de la
importancia de todos los avances logrados desde el 2003, existen asignaturas
pendientes que requieren un gobierno nacional con fuertes bases de
sustentación. La Presidenta
conoce seguramente que ello se torna
difícil con una conducción de la
CGT en manos opositoras y sabe que no sería buena la
“reaparición de los gordos”. La militancia reconoce sin dudas el liderazgo de
Cristina y hoy probablemente supere el 54% de la elección, pero sabe también
que si se produjese el desplazamiento de Moyano no será por izquierda, ni
significará fortalecer al movimiento nacional si surge una CGT vacilante o
vinculada a los intereses de la derecha (que no sólo existe en la Sociedad Rural sino
también en un aparato industrial altamente extranjerizado). A su vez, el actual
Secretario General de la CGT
seguramente comprende que no puede mantenerse en el cargo haciendo
negociaciones con dirigentes totalmente desprestigiados cuyo apoyo lo comprometería
seguramente a reconocerles lugares de conducción en su secretariado, lo cual le
restaría la simpatía que ganó en la militancia desde la creación del MTA para
oponerse al menemismo.
Es necesario que se abran caminos
de diálogo. Descartamos que en los principales protagonistas de este conflicto
pueda existir obcecación, resentimiento o incomprensión de lo que está en
juego. Vivimos una extraordinaria oportunidad histórica tanto en Argentina como
en el resto de América Latina, en la cual
resulta imposible cometer errores que sean aprovechados por quienes
quieren volver al pasado. Por el
contrario, ratificamos las conquistas logradas si seguimos avanzando aunque
siempre la política de alianzas constituya un quebradero de cabeza. Unidad es
la consigna de la hora para todos, pero no con todos y de cualquier modo, sino
con aquellos cuyos antecedentes garantizan la prosecución del camino que
venimos transitando.
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