Era media mañana, la garúa caía
molesta y persistentemente.
El joven hablaba con una muchacha
y un hombre muy mayor, la charla era amena y el viejo asentía con la cabeza,
fue entonces cuando lo vio avanzar decididamente hacia la puerta, y
disculpándose de sus ocasionales acompañantes comenzó a correr,
- ¡Pará! ¡Domingo pará…! -, el
grito pareció perderse entre el bullicio de la multitud. Corriendo aún más,
apartando a su paso a quienes no paraban de mirar hacia el balcón se lanzó tras
él.
Al tenerlo a su alcance lo agarró
por el hombro haciéndole dar una vuelta completa, casi caen sobre la tierra
apisonada.
- ¡Pará!, ¡hermano…pará! – su voz
sonaba entrecortada y no dejaba de jadear… - que hacés… ¡¿estás loco?!-, sin
darse cuenta habían pasado las columnas y estaban a escasos metros de donde dos
soldados, vigilaban celosamente la tremenda puerta cubierta de herrajes.
Domingo lo miró pareciendo no
entender. Su voz sonó firme,
– ¡Vos que hacés! ¿no fue claro
Hipólito?... ¿qué dijo anoche?… a ver… ¿que dijo?… no se cumplen los objetivos…
actuamos… - elevó aún más la voz - ¡es precisamente lo que voy a hacer! -,
moviendo el hombro trató de separarse de la mano que lo sujetaba.
La gente se arremolinaba en la
calle entre medio de gritos. Todos pugnaban por acercarse y vivar a los hombres
que saludaban desde el balcón.
El lo había tomado por las
solapas inmovilizándolo.
- ¡Guardá eso! ¡Guardalo carajo!-
Domingo no dejaba de mirarlo
fijamente a los ojos. Así estuvieron un largo rato. De a poco la presión fue
cediendo y entonces lo soltó, Domingo se acomodó la chaqueta, y dándole la
espalda comenzó a alejarse.
Las primeras luces de la noche
iban ganando las calles donde mucha gente todavía transitaba, había un bullicio
constante mezclado con gritos y algún estruendo.
Ellos caminaban despacio, el le
había pasado su brazo sobre el hombro. Alguien los saludo a su paso, y mezcló
su voz con los ladridos de dos perros que se disputaban un pedazo de comida.
Domingo meneaba la cabeza de un
lado a otro.
- … ese hijo de puta nos va a
cagar… ¡nos va a cagar!-
- Pero pará Domingo… ¡pensá un
poco carajo! está Mariano, el no lo va a permitir…-
La calle se iba oscureciendo a
medida que avanzaban por ella. El negocio estaba cerrado y a oscuras, desde una
de sus ventanas se podía advertir un pequeño resplandor hacia los fondos.
Domingo dio cinco golpes
acompasados a la puerta, después de unos minutos, esta se abrió con un largo
chirrido dejando ver un hombre de mediana edad sosteniendo un candil, la llama
temblaba con la brisa del anochecer.
La luz destacaba los finos rasgos
del rostro; el hombre al verlos, apoyó el candil en una breve y alta mesa y les
salió al encuentro.
- ¡Domingo! ¡Antonio! les
estábamos esperando – y mientras hablaba se confundió en un largo abrazo con
los recién llegados.
- Pasen, ¡pasen hombre!... ¿pero
que traes allí?-
Antonio le extendió la mano y
abriéndola le entregó varias cintas.
- Algunos no vinieron… - alcanzó
a decir, Domingo lo interrumpió
- Hipólito, hemos estado hablando
todo el día con Antonio… esto no salió como esperábamos… yo creo que…-
Ahora fue Hipólito quien
interrumpió
- Es cierto lo que dices, pero es
muy temprano para analizar estas cosas… - hizo una pausa como hilvanando ideas
- … estos hechos ocurridos a la mañana… ¿no les parece?...
Tomando el candil los hizo pasar
y luego cerró la puerta meticulosamente, hacia los fondos se escuchaba un
murmullo a media voz, comenzó a caminar mientras ellos lo seguían, de pronto se
dio vuelta y acercándole el candil a las caras…
- Saben una cosa?... tengo como
un extraño pálpito, tengo una sensación acá – se llevó una mano al lado
izquierdo del pecho – siento que lo que ha pasado hoy es sólo el principio de
algo muy grande… algo que dará que hablar por mucho tiempo, por cien o
doscientos años… - sonrió, levantó el índice de su mano izquierda -, y aún más…
Afuera arreciaba la garúa y se
empezaban a callar las voces.
Los perros seguían furiosos la
disputa por un trozo de carne.
Roberto Martínez
La Peñaloza
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