Cada ambientalista fanático que escucho,
refuerza mi credo scalabriniano. Para empezar, creo que erramos cuando
repetimos que la cuestión minera comienza mal en la década de los noventa.
Acierta Federico Bernal cuando remonta las raíces del problema a su verdadero
origen: la situación semicolonial de un país soberano sólo en el aspecto
formal, una nación que no estaba en condiciones de decidir y promover su
desarrollo porque -como planteaba Scalabrini Ortiz- “todo progreso argentino
daña alguna partícula de la hegemonía inglesa”. Pese a ello, el peronismo logró
romper con ese vasallaje y durante diez años nuestro pueblo escribió otra
historia, una que superaba aquella estrategia británica de generar “naciones
mineras y naciones agropecuarias, pero no unidades orgánicas” que pudieran
desafiar su poderío. Luego vino la restauración conservadora y, con ella, el
golpe de gracia a nuestros anhelos emancipatorios. Sin embargo, todavía
permanece en penumbras aquello que Scalabrini denunciaba cuando decía que el
verdadero objetivo de los golpistas era acabar con el Artículo 40 de la Constitución del 49,
“una verdadera muralla que nos defiende de los avances extranjeros y (que) está entorpeciendo y retardando el
planeado avasallamiento y enfeudamiento de la economía argentina”. “Cada
párrafo del artículo 40 -escribió Scalabrini- tiene la recia estructura de un
bastión, y sus nítidas aristas no se prestan a torcidas interpretaciones. ‘La
importación y la exportación estarán a cargo del Estado’. ‘Los minerales y
caídas de agua, los yacimientos de petróleo, de carbón y de gas y las demás
fuentes de energía, con excepción de los vegetales, son propiedades
imprescriptibles e inalienables de la
Nación ’. ‘Los servicios públicos pertenecen originariamente
al Estado y bajo ningún concepto podrán ser enajenados o concedidos para su
explotación’. ‘Los que se hallasen en poder de particulares serán transferidos
al Estado, mediante compra o expropiación’. ‘El precio de la expropiación… será
el costo de origen… menos las sumas que se hubieran amortizado’. Son párrafos
perfectos, concluyentes y sonoros como una cachetada”. El control de los
resortes esenciales del país había llegado a su cenit con el artículo 40:
“Tenemos una industria propia, luego nuestra nación existe”. Pero su derogación
vino a barrer con “la dignidad integral de la vertical humana” que se había
alcanzado. El gorilismo primero -y su versión noventosa luego- no hicieron más
que engendrar “hombres derrotados que parecen gorilas. No podía ser de otra
manera”. Curiosamente, cuando volvemos a tener una chance -una, no cien- de
salir del “primitivismo agropecuario”, arrecian las críticas por derecha y por
izquierda. Las primeras apuntan al nacionalismo, pero no dicen -como señalara
Scalabrini Ortiz- que en realidad les preocupa que la Argentina evolucione
“cada vez más hacia el nacionalismo industrial”: “La resistencia que ofrecemos
al despojo es una manifestación de ‘ultranacionalismo’. Defender lo propio de
la piratería extranjera, oponerse a revivir el drama de Martín Fierro y de
Cruz, querer orientar hacia el bienestar general el comercio externo e interno,
los cauces del crédito, de la energía y de los transportes, aferrarse a la
propiedad nacional de la tierra para no ser un paria en su propio país, querer
obtener un precio equitativo para los frutos del trabajo, abrir con la
industria una perspectiva para los hombres de empresa, ejercer, en una palabra,
los mismos derechos que en todas las democracias tienen los ciudadanos, es
incurrir en ultranacionalismo”. Las segundas vienen por el lado del medio
ambiente, convenientemente rebajado de disciplina a paisajismo para congelar
una situación justo cuando estamos en condiciones de debatir qué tipo de
desarrollo y de cuidado medioambiental queremos darnos para dejar atrás el
status de coloniaje. Ojalá podamos hacerlo tomando como modelo los foros que, a
lo largo y ancho de todo el país, sacaron adelante la Ley de Medios. Ojalá no
olvidemos que Scalabrini Ortiz decía que “lo más grave no ha sido la
destrucción sistemática de toda la actividad económica propia del país sino la
desunión, la dispersión, la falta de solidaridad entre todos los factores que
reunidos podrían quizás contrarrestar el ataque premeditado” de nuestros
enemigos históricos.
Por Carlos Semorile.
1 comentario:
Muy buenos compañeros, se los robo para mi muro.
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