JUAN DOMINGO PERÓN
Discurso 12/02/1946
Acto de Proclamación de su
Candidatura
Llego a vuestra presencia con la
emoción que me produce sentirme confundido entre este mar humano de conciencias
honradas; de estas conciencias de criollos auténticos que no se doblan frente a
las adversidades, prefieren morir de hambre antes que comer el amargo pan de la
traición.
Llego a vosotros para deciros que
no estáis solos en vuestros anhelos de redención social, sino que los mismos
ideales sostienen nuestros hermanos de toda la vastedad de nuestra tierra
gaucha. Vengo conmovido por el sentimiento unánime manifestado a través de
campos, montes, ríos, esteros y montañas; vengo conmovido por el eco resonante
de una sola voluntad colectiva; la de que el pueblo sea realmente libre, para
que de una vez por todas quede libre de la esclavitud económica que le agobia.
Y aún diría más: que le agobia como antes le ha oprimido y que si no lograra
independizarse ahora, aún le vejaría más en el porvenir. Le oprimiría hasta
dejar a la clase obrera sin fuerzas para alcanzar la redención social que vamos
a conquistar antes de quince días.
En la mente de quienes
concibieron y gestaron la
Revolución del 4 de Junio estaba fija la idea de la redención
social de nuestra Patria. Este movimiento inicial no fue una
"militarada" más, no fue un golpe "cuartelero" más, como
algunos se complacen en repetir; fue una chispa que el 17 de octubre encendió
la hoguera en la que han de crepitar hasta consumirse los restos del feudalismo
que aún asoma por tierra americana.
Porque hemos venido a terminar
con una moral social que permitía que los trabajadores tuviesen para comer sólo
lo que se les diera por voluntad patronal y no por deber impuesto por la
justicia distributiva, se acusa a nuestro movimiento de ser enemigo de la
libertad. Pero yo apelo a vuestra conciencia, a la conciencia de los hombres
libres de nuestra Patria y del mundo entero, para que me responda honestamente
si oponerse a que los hombres sean explotados y envilecidos obedece a un móvil
liberticida.
No debemos contemplar tan sólo lo
que pasa en el "centro" de la ciudad de Buenos Aires; no debemos
considerar la realidad social del país como una simple prolongación de las
calles centrales bien asfaltadas, iluminadas y civilizadas; debemos considerar
la vida triste y sin esperanzas de nuestros hermanos de tierra adentro, en
cuyos ojos he podido percibir el centelleo de esta esperanza de redención.
Por ellos, por nosotros, por
todos juntos, por nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos debemos hacer
que, ¡por fin!, triunfen los grandes ideales de auténtica libertad que soñaron
los forjadores de nuestra independencia y que nosotros sentimos palpitar en lo
más profundo de nuestro corazón.
Cuando medito sobre la
significación de nuestro movimiento, me duelen las desviaciones en que incurren
nuestros adversarios. Pero mucho más que la incomprensión calculada o ficticia
de sus dirigentes, me duele el engaño en que viven los que de buena fe les
siguen por no haberles llegado aún la verdad de nuestra causa. Argentinos como
nosotros, con las virtudes propias de nuestro pueblo, no es posible que puedan
acompañar a quienes los han vendido y los llevan a rastras, de los que han sido
sus verdugos y seguirán siéndolo el día de mañana. Los pocos argentinos que de
buena fe siguen a los que han vendido la conciencia a los oligarcas, sólo
pueden hacerlo movidos por las engañosas argumentaciones de los
"habladores profesionales". Estos vociferadores de la libertad
quieren disimular, alucinando con el brillo de esta palabra, el fondo esencial
del drama que vive el pueblo argentino.
Porque la verdad verdadera es
esta: en nuestra Patria no se debate un problema entre "libertad" o
"tiranía", entre Rosas y Urquiza; entre democracia y totalitarismo.
Lo que en el fondo del drama argentino se debate es, simplemente, un partido de
campeonato entre la "justicia social" y la "injusticia social".
Quiero dejar de lado a los
provocadores a sueldo; a las descarriadas jovenzuelas que en uso de la libertad
han querido imponer el uso del símbolo monetario en el pecho de damas
argentinas cuya imposición rechazaban en uso de la propia libertad; a los pocos
estudiantes que han creído "descender" de su posición social si se
solidarizaban con el clamor de los hombres de trabajo, sin reflexionar que
únicamente su "trabajo" será lo que en el futuro llegará a ennoblecer
su paso por la vida; quiero también dejar de lado a los resentidos, a cuantos
creyéndose seres excepcionales creían que el favor y la amistad personal podían
más que el esfuerzo lento y constante de cada día y el espíritu de sacrificio
ante los embates de la adversidad; quiero dejar de lado todo lo negativo, lo
interesado, lo mezquino, para dirigirme a los hombres de buena voluntad que aún
no han comprendido la esencia de la revolución social, cuyas serenas páginas se
están escribiendo en el Libro de la Historia Argentina,
y decirles: "Hermanos: con pensamiento criollo, sentimiento criollo y
valor criollo, estamos abriendo el surco y sembrando la semilla de una Patria
libre, que no admita regateos de su soberanía, y de unos ciudadanos libres, que
no sólo lo sean políticamente sino que tampoco vivan esclavizados por el
patrón. Síguenos; tu causa es nuestra causa; nuestro objetivo se confunde con
tu propia aspiración, pues sólo queremos que nuestra Patria sea socialmente
justa y políticamente soberana".
Para alcanzar esta altísima
finalidad no nos hemos valido ni nos valdremos jamás de otros medios que
aquellos que nos otorgan la
Constitución (para la restauración de cuyo imperio empeñé mi
palabra, mi voluntad y mi vida) y las leyes socialmente justas que poseemos o
que los órganos legislativos naturales nos otorguen en lo futuro. Para alcanzar
esta altísima finalidad no necesitamos recurrir a teorías o métodos
extranjeros; ni a los que han fracasado ni a los que hoy pretenden imponerse,
pues como dije en otra oportunidad, para lograr que la Argentina sea
políticamente libre y socialmente justa, no basta con ser argentinos y nada más
que argentinos. Bastará que dentro del cuadro histórico y constitucional el
mecanismo de las leyes se emplee como un medio de progresar, pero de progresar
todos, pobres y ricos, en vez de hacerlo solamente éstos a expensas del
trabajador.
En el escaso tiempo que intervine
directamente en las relaciones entre el capital y el trabajo, tuve oportunidad
de expresar el pensamiento que regiría mi acción. Fueron señalados los objetivos
a conseguir y expuestas con claridad las finalidades que nos proponíamos. En
este plan de tareas y en las motivaciones que le justifican, recogióse el
clamor de la clase obrera, de la clase media y de los patronos que no tienen
contraídos compromisos foráneos. Y aún añadiré que éstos no tuvieron
inconveniente en acompañarnos mientras creyeron que nuestra dignidad podía
corromperse entregándoles la causa obrera a cambio de un cheque con menor o
mayor número de ceros, tanto más cuanto mayor fuese nuestra felonía. Pero se
equivocaron de medio a medio, porque ni yo ni ninguno de mis leales dejó de
cumplir los dictados de la decencia, de la hombría y de la caballerosidad.
Ligada nuestra vida a la causa del pueblo, con el pueblo compartiremos el
triunfo o la derrota.
Las consecuencias ya las
conocéis. Comenzó la "guerra" de las solicitadas; siguió la alianza
con los enemigos de la Patria;
continuó la campaña de difamación, de ultrajes, y de mentiras, para terminar en
un negocio de compraventa de políticos apolillados y aprendices de dinamiteros
a cambio de un puñado de monedas.
No tengo que deciros quiénes son
los "sindicarios señorones" que han comprado, ni "los Judas que
se han vendido". Todos los conocemos y hemos visto sus firmas puestas en
el infamante documento. Quiero decir solamente que esta infamia es tan
sacrílega como la del Iscariote que vendió a Cristo, pues en esta sucia
compraventa fue vendido otro inocente: el pueblo trabajador de nuestra querida
Patria.
Y advertí que esto, que es
gravísimo, aún no constituye la infamia mayor. Lo incalificable, por
monstruoso, es que los "caballeros que compraron a políticos" no se
olvidaron de documentar fehacientemente la operación para sacarle buen rédito
al capital que invertían. Seguros de que hacían una buena operación financiera,
la documentaron bancariamente para que el día de mañana, si resultaran
"triunfantes" sus gobernantes títeres, los tendrían prisioneros y
podrían obligarlos a derogar la legislación del trabajo e impedir cuanto
significara una mejora para la clase trabajadora, bajo amenaza de publicar la
prueba de su traición.
Una tempestad de odio se ha
desencadenado contra los "descamisados" que sólo piden ganarse
honradamente la vida y poder sentirse libres de la opresión patronal y de todas
las fuerzas oscuras o manifiestas que respaldan sus privilegios. Esta tempestad
de odios se vuelca en dicterios procaces contra nosotros, procurando enlodar
nuestras acciones y nuestros más preciados ideales. De tal manera nos han
atacado que si hubiéramos tenido que contestar una a una sus provocaciones, no
habríamos tenido tiempo bastante para construir lo poco que hemos podido
realizar en tan escaso tiempo. Pero debemos estarles agradecidos porque no
puede haber victoria sin lucha. Y la victoria que con los brazos abiertos nos
aguarda, tendrá unas características análogas a la que tuvo que conquistar el
gran demócrata norteamericano, el desaparecido presidente Roosevelt, que a los
cuatro años de batallar con la plutocracia confabulada contra sus planes de reforma
social, pudo exclamar después de su primera reelección, en el acto de prestar
juramento el día 20 de enero de 1937: "En el curso de estos cuatro años,
hemos democratizado más el poder del gobierno, porque hemos empezado a colocar
las potencias autocráticas privadas en su lugar y las hemos subordinado al
gobierno del pueblo. La leyenda que hacía invencibles a los oligarcas ha sido
destruida. Ellos nos lanzaron un desafío y han sido vencidos".
Creo innecesario extenderme en
largas disquisiciones de índole política. La historia de los trabajadores
argentinos corre la misma trayectoria que la libertad. La obra que he realizado
y lo que la malicia de muchos no me ha dejado realizar, dice bien a las claras
cuáles son mis firmes convencimientos. Y si nuestros antecedentes no bastan
para definirnos, nos definen, por interpretación inversa, las palabras y las
actitudes de nuestros adversarios. Con decir que en el aspecto político somos
absolutamente todo lo contrario de lo que nos imputan, quedaría debidamente establecida
nuestra ideología y nuestra orientación. Y si añadimos que ellos son lo
contrario de lo que fingen, habremos presentado el verdadero panorama de los
términos en que la lucha electoral está entablada.
Tachar de totalitarios a los
obreros argentinos es algo que se sale de lo absurdo para caer en lo grotesco.
Precisamente han sido las organizaciones obreras que me apoyan, las que durante
los últimos años han batallado en defensa de los pueblos oprimidos contra los
regímenes opresores, mientras que eran (aquí como en todas partes del mundo,
sin excluir los países que han hecho la guerra, salvo Rusia) la aristocracia,
la plutocracia, la alta burguesía, el capitalismo, en fin, y sus secuaces,
quienes adoraban a las dictaduras y repelían a las democracias. Seguían esta
conducta cuando pensaban que las dictaduras defendían sus intereses y las
democracias los perjudicaban, por no ser un muro suficiente de contención
frente a los avances del comunismo. Si mis palabras requiriesen una prueba,
podría ofrecerla bien concluyente en las colecciones de los diarios de la
oligarquía que ahora se estremecen ante cualquier presunto atentado a las
esencias democráticas y liberales, pero que tuvieron muy distinta actitud
cuando el problema se planteaba en otros pueblos. Y si la prueba no fuese
todavía categórica, remitiría el caso el examen de la actuación, de los
partidos políticos que han gobernado en los últimos tiempos, y cuyos
pronombres, actuando de vestales un tanto caducas y mucho recompuestas, quieren
ahora compatibilizar sus alardes democráticos puramente retóricos con la
realidad de sus tradicionales fraudes electorales, de sus constantes
intervenciones a los gobiernos de las provincias, con el abuso del poder en
favor de los oligarcas y en contra de los desheredados.
¿Dónde está, pues, el verdadero
sentimiento democrático y de amor a las libertades, si no es en este mismo
pueblo que me alienta para la lucha? No deja de ser significativo que los
grupos oligárquicos disfrazados de demócratas, unan sus alaridos y sus
conductas a esos mismos comunistas que antes fueron (por el terror que les
inspiraba) la causa de sus fervores totalitarios, y a quienes ahora dedican las
mejores de sus sonrisas. Como es igualmente espectáculo curioso, observar el
afán con que esos dirigentes comunistas proclaman su fe democrática, olvidando
que la doctrina marxista de la dictadura del proletariado y la práctica de la Unión Soviética
(orgullosamente exaltada por Molotov en discursos de hace pocos meses) son
eminentemente totalitarias. Pero, ¡que le vamos a hacer! Los comunistas
argentinos son flacos de memoria y no se acuerdan tampoco que cuando gobernaban
los partidos que se titulan demócratas, ellos tenían que vivir en la
clandestinidad, y que sólo han salido de ella para alcanzar la personería
jurídica cuando se lo ha permitido un gobierno, del cual yo formaba parte, pese
a la incompatibilidad que me atribuyen con los métodos de libertad.
El contubernio al que han llegado
es sencillamente repugnante y representa la mayor traición que se ha podido
cometer contra las masas proletarias. Los partidos comunistas y socialistas que
hipócritamente se presentan como obreristas pero que están sirviendo a los
intereses capitalistas, no tienen inconvenientes en hacer la propaganda
electoral con el dinero entregado por la entidad patronal. ¡Y todavía se
sorprenden de que todavía los trabajadores de las provincias del norte, que
viven una existencia miserable y esclavizada, en beneficio de un capitalismo
absorbente que cuenta con el apoyo de los partidos, que frecuentemente dirigen
los mismos patrones (recuerdo con tal motivo a Patrón Costas y a Michel
Torino), hayan apedreado el tren en que viajaba un conglomerado de hombres que,
en el fondo, lo que quieren es prolongar aquellas situaciones! Usando de una
palabra que a ellos les gusta mucho, podríamos decir que son los verdaderos
representantes del continuismo; pero del continuismo con la política de
esclavitud y miseria de los trabajadores.
Hasta aquí me he referido a
vuestra posición netamente democrática. Permitidme aludir, siquiera sea
brevemente, a la mía. No me importan las palabras de los adversarios y mucho
menos sus insultos. Me basta con la rectitud de mi proceder y con la noción de
nuestra confianza. Ello me permite aseverar, modestamente, sencillamente,
llanamente, sin ostentación ni gritos, sin necesidad de mesarme de los cabellos
ni rasgarme las vestiduras, que soy demócrata en el doble sentido político y
económico del concepto, porque quiero que el pueblo, todo el pueblo (en esto sí
que soy "totalitario"), y no una parte ínfima del pueblo se gobierne
a sí mismo y porque deseo que todo el pueblo adquiera la libertad económica que
es indispensable para ejercer las facultades de autodeterminación. Soy, pues,
mucho más demócrata que mis adversarios, porque yo busco una democracia real,
mientras que ellos defienden una apariencia de democracia, la forma externa de
la democracia. Yo pretendo que un mejor estándar de vida ponga a los
trabajadores, aún a los más honestos, a cubierto de las coacciones de los
capitalistas; y ellos quieren que la miseria del proletariado y su desamparo
estatal les permita continuar sus viejas mañas de compra y de usurpación de las
libretas de enrolamiento. Por lo demás, es lamentable que a mí, que he
propulsado y facilitado la vuelta a la normalidad, que me he situado en
posición de ciudadano civil para afrontar la lucha y que he despreciado
ocasiones que se me venían a la mano para llegar al poder sin proceso
electoral, se me imputen propósitos inconstitucionales, presentes o futuros. Y
es todavía más lamentable que esas acusaciones sean hechas por quienes, a
título de demócratas, no saben a qué arbitrio acudir o a qué militar o marino
volver los ojos para evitar unas elecciones en que se saben derrotados, no porque
vaya a haber fraude, sino porque no lo va a haber, o, mejor dicho, porque ya no
tienen ellos a su disposición todos los elementos que antes usaban para ganar
fraudulentamente los comicios. Vienen reclamando desde hace tiempo elecciones
limpias, pero cuando llegan a ellas, se asustan del procedimiento democrático.
Por todas esas razones no soy
tampoco de los que creen que los integrantes de la llamada Unión Democrática
han dejado de llenar su programa político -vale decir, su democracia como un
contenido económico-. Lo que pasa es que ellos están defendiendo un sistema
capitalista con perjuicio o con desprecio de los intereses de los trabajadores,
aún cuando les hagan las pequeñas concesiones a que luego habré de referirme;
mientras que nosotros defendemos la posición del trabajador y creemos que sólo
aumentando enormemente su bienestar e incrementando su participación en el
Estado y la intervención de éste en las relaciones del trabajo, será posible
que subsista lo que el sistema capitalista de libre iniciativa tiene de bueno y
de aprovechable frente a los sistemas colectivistas. Por el bien de mi Patria,
quisiera que mis enemigos se convenciesen de que mi actitud no sólo es humana,
sino que es conservadora, en la noble aceptación del vocablo. Y bueno sería,
también, que desechasen de una vez el calificativo de demagógico que se
atribuye a todos mis actos, no porque carezcan de valor constructivo ni porque
vayan encaminados a implantar una tiranía de la plebe (que es el significado de
la palabra demagogia), sino simplemente porque no van de acuerdo con los
egoístas intereses capitalistas, ni se preocupan con exceso de la actual
"estructura social", ni de lo que ellos, barriendo para adentro,
llaman "los supremos intereses del país", confundiéndolos con los suyos
propios.
Personalmente, prefiero la idea
defendida por Roosevelt (y el testimonio no creo que pueda ser recusado) de que
la economía ha dejado de ser un fin en sí mismo para convertirse en un medio de
solucionar los problemas sociales. Es decir, que si la economía no sirve para
llevar el bienestar a toda la población y no a una parte de ella, resulta cosa
bien despreciable. Lástima que los conceptos de Roosevelt a este respecto
fueran desbaratados por la
Cámara... y por la "Antecámara"..., es decir, por
los organismos norteamericanos equivalentes a nuestra Unión Industrial, Bolsa
de Comercio y Sociedad Rural. Y conste, asimismo, que Roosevelt distaba mucho
de ser, ni en lo social ni en lo político, un hombre avanzado.
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