Papel Prensa, Víctor Hugo y el
Nunca Más
La impunidad de los cómplices de
la dictadura y sus ataques a la libertad de expresión que proclaman defender.
por:
Roberto Caballero
Esta semana, en el programa
Puerto Cultura, de Canal 9, que conduce el secretario de Cultura, Jorge Coscia,
alguien de la tribuna me preguntó cuál era la tapa de Tiempo Argentino que más
orgullo me había dado, desde su fundación, el 16 de mayo de 2010.
No lo dudé ni un instante. Dije
que la que revelaba que el general Bartolomé Gallino –con poder de mando en los
centros clandestinos de detención donde estaban secuestrados los miembros de la
familia Graiver– se reunía con los directores de los diarios Clarín y La Nación
–Héctor Magnetto y Bartolomé Mitre–, para preparar los interrogatorios sobre
Papel Prensa que sufría indefensa Lidia Papaleo de Graiver. Fue tanta la
impunidad de la que gozaban en esa época sombría, que tanto Magnetto como Mitre
dejaron por escritos editoriales que blanqueaban sus vínculos con el
interrogador Gallino: lo señalaban como el hombre de "la Junta
Militar" que recibía los supuestos pagos para apropiarse definitivamente
de la empresa productora de papel, cimiento de su exponencial desarrollo
empresario posterior.
Es el leading case más
contundente de la complicidad entre la picana y los resultados contables de dos
empresas que renunciaron a la defensa de la libertad de expresión, cuando tanta
falta hizo para evitar que una generación de argentinos fuera arrojada a las
aguas barrosas del Río de la Plata. Callaron por plata, eludieron la
responsabilidad de informar sobre un genocidio para que sus accionistas se
convirtieran de millonarios en multimillonarios.
En 27 años, nadie, salvo Tiempo
Argentino, se había atrevido a investigar los hechos, a reunir las pruebas que
estaban descuartizadas en distintos expedientes judiciales, y menos que menos a
armar una tapa así, con documentos exclusivos y notas al pie, una rareza para
la prensa gráfica tradicional.
El silencio tiene una
explicación. El primer consenso democrático contra el horror fue limitar las
acusaciones por genocidio a los militares sanguinarios y no apuntar contra sus
mandantes civiles. El segundo, ir apenas contra los jefes uniformados que
habían dado las órdenes a sus subordinados. El tercero, en tiempos de Carlos
Menem, llevar al paroxismo la Teoría de los Dos Demonios y clausurar la memoria
para que aceptáramos la impunidad como un hecho natural e inamovible, de la que
el Grupo Clarín SA sacó jugosos dividendos en todas estas décadas.
Tuvo que llegar el kirchnerismo
para rescatar definitivamente una verdad que los organismos de Derechos
Humanos, desde Madres hasta Abuelas, desde Hijos hasta Ex detenidos,
denunciaban casi en soledad desde el primer día: el terrorismo de Estado, que
se instauró con el golpe del ’76, vino a implantar un cambio de matriz
económica y cultural que garantizara los negocios de los grupos concentrados
por medio siglo. Fue de militares y civiles trajeados.
Creo que esa tapa de Tiempo
Argentino que desnudó la vergonzosa alianza entre los represores y los
empresarios de medios monopólicos, justifica la existencia y la supervivencia
de este diario en el kiosco. Lo hace indispensable, necesario.
Clarín y La Nación se
convirtieron en el brazo propagandístico de la dictadura, además silenciando
una matanza horrorosa e injustificable, la peor y más trágica del Siglo XX en
Argentina. Casi tres décadas después, hay libertad para escribirlo con detalle.
Para que la historia sea dicha, como debe ser en una sociedad madura y
democrática, de manera completa y sin miedos. Libertad también para que la
Secretaría de Derechos Humanos, en los tiempos del Eduardo Luis Duhalde,
pidiera a la justicia federal el llamado a indagatoria de Magnetto, Ernestina
Noble y Mitre por la supuesta comisión de delitos de lesa humanidad en el
despojo accionario de Papel Prensa. La denuncia lleva más de tres años, sin
consecuencias para los denunciados.
No fue gratuito, sin embargo. Por
denunciar estas maniobras y dilaciones, el Grupo Clarín SA quiso meter preso a
fines del año pasado al director fundador de este diario inventando una causa
por "incitación a la violencia". Una torpeza mayúscula, un
despropósito de Héctor Magnetto, repudiada incluso por sus propios periodistas.
Fue no entender que la democracia argentina no tolera ya las extorsiones, ni
las presiones corporativas. No es con el Código Penal que se castiga la opinión
de nadie, ni se atemoriza a los que hacemos uso de la libertad de expresión y
ejercemos el periodismo sin mordaza. No lo hace el gobierno, tampoco puede
hacerlo un grupo empresario. Los que no decimos las cosas que Magnetto quiere
escuchar, también tenemos derecho a decirlas.
Ahora le toca recibir el ataque a
Víctor Hugo Morales. Como sucede con las jaurías, la arremetida es contra el
que aparece aventajando a la manada. Es verdad: Víctor Hugo no ha resignado un
segundo en denunciar los negociados del Grupo Clarín SA, antes y después del
kirchnerismo, antes y después de la Ley de Medios, antes y después del informe
"Papel Prensa, la Verdad" de la Secretaría de Comercio. Ha sido
consecuente, enfático y cristalino desde el micrófono. Levantando su voz,
incluso, cuando un sector del oficialismo creyó que la pelea contra Magnetto
era coyuntural, un simple posicionamiento político, una pelea para la tribuna,
una contienda efímera, parte del toma y daca del TEG retórico al que nos tienen
acostumbrados los medios hegemónicos.
Pero el uruguayo fue coherente,
casi en soledad, y eso lo hace gigante. Solidario con los muchos que dijimos
basta. Poniendo su prestigio, su trayectoria, su opinión respetable en juego
por una comunicación democrática, sin temor a los magnettos de este país. En
todo este tiempo, sus enemigos, los mismos que los nuestros, intentaron
despedazarlo. Pretendieron arrastrar por el barro al "barrilete
cósmico" que relató el gol a los ingleses de Maradona en el Mundial. De
loco suelto que peleaba contra el monopolio, trataron de convertirlo en punta
de lanza de una imaginaria conspiración estatal. Como si el antes no hubiera
existido. Como si Víctor Hugo hubiera nacido con el kirchnerismo o fuera
resultado de la crispación falaz entre "Argen" y "Tina".
Resulta que Magnetto lo acaba de
denunciar por "daños y perjuicios". Lo citó mediante escribanos
furtivos, en medio de la noche, a una mediación, paso previo a la causa
judicial. El CEO de Clarín SA se va a llevar una sorpresa mayúscula ese día, el
8 de agosto. Víctor Hugo, seguro, no va a estar solo. Ahí estaremos nosotros.
Lo que le pase a él, nos va a tener que pasar a todos, porque ya no le tenemos
miedo a Clarín.
Es paradójico. Ni diez años de
kirchnerismo pudieron con la justicia corporativa. Víctor Hugo está a un paso
de ser enjuiciado por un magnate que hace cuatro años torpedea la Ley de Medios
de la democracia, desconociendo sus artículos antimonopólicos. Él no cumple la
ley y quiere llevar al banquillo al que se lo señala. El CEO de una compañía
que se burla, en democracia, del Poder Ejecutivo, del Parlamento, de la AFSCA,
de los dictámenes de un juez de primera instancia, de un fiscal de primera
instancia, de un fiscal de Cámara, de la Procuración General, de la Secretaría
de Comercio y de la Secretaría de Derechos Humanos, apuesta a que sus jueces
amigos, a los que parece manipular, castiguen a un periodista que no se deja
domesticar.
El que está acusado de cometer
supuestos delitos de lesa humanidad quiere que caiga todo el peso de la ley
sobre quien lo denuncia. Es el mundo al revés. El mismo donde parece vivir el
juez federal Julián Ercolini, en quien recaló la causa Papel Prensa después de
tres años y medio donde sus colegas de La Plata y Capital Federal se fueron
pasando el expediente como si fuera una brasa caliente, para no enfrentarse con
Héctor Magnetto, por temor a ver estropeada su carrera judicial con denuncias
de corrupción desde las páginas de su diario.
Ercolini citó a Lidia Papaleo y,
en vez de avanzar y verificar la documentación que acredita el despojo y
apropiación bajo situación de tormento tras el Golpe cruento, dilata la causa
tratando de averiguar cuánto se le pagaron por las acciones que debió ceder
aterrorizada por los dueños de la vida y de la muerte en aquel momento. No se
trata de un asunto comercial, en un contexto normal de negociaciones, es la
consumación de una vejación imperdonable: Papel Prensa debía quedar en manos de
Clarín y La Nación para que dijeran que Videla y Camps eran los salvadores de
la Patria. Si citara a indagatoria a Magnetto, a Ernestina de Noble y a Mitre,
tendría más claro el panorama. Las cosas ocurren en un contexto histórico. ¿Qué
es lo que no sabe o ignora Ercolini sobre lo sucedido entre el 24 de marzo de
1976 y el 30 de octubre de 1983?
No es con el Código Civil y
Comercial que se comprende lo ocurrido. Es con el Nunca Más. «
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