El hombre de Mayo y la
redistribución del ingreso
Por:
Norberto Galasso
En los países que hoy se denominan "emergentes" –o en otro lenguaje, "tercermundistas" o "semicoloniales"– hay todavía dos temas de inevitable polémica: 1) dónde y cómo obtener los recursos para la inversión que promueva el crecimiento económico y 2) cómo corresponde redistribuir el ingreso. Sobre ambos existen diversas respuestas pero a menudo queda en el olvido que en los orígenes de Mayo se planteó ya la cuestión y que Mariano Moreno dio su opinión al respecto, de una u otra manera avalado por Belgrano cuando reconocía en él "las luces que yo quisiera tener" (carta del 27/9/1810), por San Martín en la construcción del ejército de los Andes en Cuyo (entre 1815 y 1817) y por la política de los López en el Paraguay previo a
Con respecto a la redistribución
del ingreso, Moreno era contundente: "Es máxima aprobada que las fortunas
agigantadas en pocos individuos, a proporción de lo grande de un Estado, no
sólo son perniciosas, sino que sirven de ruina a la sociedad civil, cuando no
solamente con su poder absorben el jugo de todos los ramos de un Estado, sino
cuando también en nada remedian las grandes necesidades de los infinitos
miembros de la sociedad, demostrándose como una reunión de aguas estancadas,
que no ofrecen otras producciones sino para el terreno que ocupan pero que, si
corriendo rápidamente su curso bañasen en todas las partes de una a otra, no
habría un solo individuo que no las disfrutase, sacando la utilidad que le
proporcionase la subsistencia política, sin menoscabo y perjuicio" (Plan
de Operaciones). Hace 202 años que Moreno afirmaba esto que los saavedristas
–de ayer y de hoy– consideran propias de "una furiosa democracia"...
que pretende "distribuir los bienes de los más ricos ciudadanos",
como lo sostenía la proclama del golpe antimorenista del 5 y 6 de abril de
1811.
Con respecto a la otra cuestión,
los hombres de Mayo se encuentran en la necesidad de promover el crecimiento,
dar trabajo y en especial, instalar fábricas de pólvora y fusiles, no
existiendo, por entonces, un sector social capaz de asumir esas tareas. Moreno
plantea entonces: "Se pondrá la máquina del Estado en un orden de
industrias, lo que facilitará la subsistencia de miles de individuos."
Agrega que 200 o 300 millones de pesos "serán empleados poniéndolos en el
centro mismo del Estado" para desarrollar fábricas, artes, ingenios y
demás establecimientos como así en agricultura, navegación, etcétera. Pero,
¿dónde obtener esos recursos? La solución morenista consiste en
"apropiarse de 500 o 600 millones de pesos" pertenecientes a los
mineros del Alto Perú, lo cual –explica– "descontentará a cinco o seis mil
individuos pero las ventajas habrán de recaer sobre ochenta mil o cien
mil". Y se pregunta: "¿Qué obstáculos deben impedir al gobierno,
luego de consolidar el Estado sobre bases fijas y estables, para no adoptar
unas providencias que aun cuando parecen duras para una pequeña parte de
individuos, por la extorsión que pueda causarse a cinco o seis mil mineros,
aparecen después las ventajas públicas que resultan con la fomentación de las
fábricas, artes, ingenios y demás establecimientos en favor del Estado y de los
individuos que las ocupan en sus trabajos?". Para atemperar el rigor de
las medidas, afirma que "después de conseguidos los fines, se les
recompensará a aquellos a quienes se gradúe agraviados, con algunas gracias o
prerrogativas". Estas medidas se acompañarán con "prohibición
absoluta a los particulares para trabajar minas de plata y oro, quedando
el arbitrio de beneficiarlas y sacar sus
tesoros por cuenta de la Nación "
y "quien tal intentase, robará a todos los miembros del Estado por cuanto
queda reservado este ramo para adelantamientos de los fondos públicos y bienes
de la sociedad". Asimismo, "el Estado debe tratar de la creación de
casas de ingenios, creando todas las oficinas que sean necesarias como
laboratorios, casas de moneda y demás"... Y concluye: "Las medidas
enunciadas producirán un continente laborioso, sin necesidad de buscar
exteriormente nada de lo que necesita para la conservación de sus habitantes,
no hablando de aquellas manufacturas que siendo como un vicio corrompido, son
de un lujo excesivo e inútil, que deben evitarse principalmente porque son
extranjeras y se venden a más oro de lo que pesan."
Belgrano, quien probablemente
habría colaborado en el plan morenista, sostenía a su vez: "El modo más
ventajoso de exportar las producciones superfluas de la tierra, es ponerlas
antes en obra, es decir, manufacturarlas. La importación de mercancías que
impiden el progreso de sus manufacturas y de su cultivo, lleva tras de sí
necesariamente la ruina de la
Nación. La importación de mercaderías extranjeras de puro
lujo, en cambio de dinero... es una verdadera pérdida para el Estado."
Delirios, dicen todavía hoy los
economistas liberales en los grandes matutinos y canales televisivos. Sin
embargo, cabe recordar: en octubre de 1810 inicia su actividad una fábrica de
fusiles, en Lavalle y Libertad, a cargo
de Juan Francisco Tarragona, que en 1813 tenía 67 operarios; el 5 de noviembre
se instaló otra fábrica de fusiles en Tucumán a cargo de Clemente Zabaleta y en
la misma semana se pone en marcha una fábrica de pólvora, en Córdoba, a cargo
de José Arroyo. (Luego, con el mismo criterio, San Martín funda su fábrica
militar, a cargo de Fray Luis Beltrán, que llegó a contar con 700 obreros, en
Cuyo, y los López, la fundición de Ibicuy, en el Paraguay).
En lo relativo al plan y las
obras iniciadas, en sus escasos siete meses en el gobierno, quizás expliquen
que en Buenos Aires, al conocerse que Moreno falleció al ingerir un medicamento
"equivocado" que le dio el capitán de la fragata inglesa en que
viajaba a Europa, haya cundido la versión de que había sido envenenado.
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