Utopías, distopías, ucronías; a
quienes nos gustan este tipos de obras muchas veces nos acusan de dejar de lado
el aprecio de la calidad literaria de las obras por la fascinación que nos
produce el tema.
Imaginar el contraste entre
escalas de valores, ambiciones, normas de conducta, potencialidades e historias
totalmente distintas –cuando no diametralmente opuestas- produce un goce
perplejo y embriagador, un salto a una realidad imposible, que a los
aficionados al género nos transforma muy fácilmente en adictos.
De la “Ciencia Ficción” las
llamadas ficciones sociales son la joya, entreveradas en cualquier relato o
como elemento central; las características de las relaciones humanas, sociales,
jerárquicas, económicas, políticas en estos universos de fantasía son el fondo
de cocción perfecto para combinar cuales quiera ingredientes.
A fines del siglo pasado el Ingles
Samuel Butler publicó un relato de estas características que pronto se hizo un
clásico, “Erewhon” ; la novela que lleva el nombre del país imaginario donde
transcurre –anagrama de “no where” (ninguna parte)- y que nos cuenta sobre las tribulaciones de
un “self made man” ingles de la época victoriana en su aventura de choque
cultural.
En Erewhon la enfermedad y la
pobreza eran castigados con cárcel, pero los crímenes de todo tipo, eran
tratados como enfermedades; hasta tal punto que un estornudo o una fiebre eran
ocultados como cosas deshonrosas y en cambio una estafa o un afano despertaban
la conmiseración y los mejores deseos de recuperación…
Pero lo que a mí más me llamo la
atención de esta novela (leída con ojos de adolescente, eones atrás) está referido a la tecnología. A la
llegada del héroe a Erewhon encuentra una sociedad culturalmente muy compleja,
pero desprovista de tecnologías, como no sean las mas rudimentarias; al tiempo
descubre un “Museo” en el que los ciudadanos guardan y exhiben artilugios
tecnológicos que el protagonista juzga muy avanzados, al consultar sobre la
aparente contradicción de poseer los conocimientos de una tecnología de
avanzada pero negarse a su uso recibe una explicación que aun me parece
fabulosa; parece que mucho tiempo atrás un sabio erewhoniano dio a publicidad
cierto libro en el que explicaba las potencialidades de desarrollo de las
maquinas, graficaba la posibilidad de que a partir de la máquina de vapor la
evolución de los artefactos los llevaría a desarrollar conciencia, potencia y
voluntad; con el consiguiente peligro que esto implicaría para la raza humana…
Alguien escribió un libro y fue
tan convincente que todo el país se puso de acuerdo y se detuvo definitivamente
el avance tecnológico. He allí lo que me fascinó de forma perenne en este
relato, un tipo argumento de forma tal que: convenció a todo un mundo a
abandonar completamente una vía de desarrollo en merito de una perfecta
exposición de conjeturas. Detener el tiempo por decisión, frenar el progreso
por miedo al futuro, encerrar en un museo las ganas de mejorar de toda la raza
humana es un razonamiento que aun hoy me resulta cautivador.
Más acá en el tiempo pudimos ver
ejemplos de tentativas de usar argumentaciones similares, por ejemplo, en
muchas de las acciones del grupo Greenpeace, capaces de exigir conservaciones
ecológicas colosales con argumentos clarísimos e irrefutables, pero que nunca asumen
responsabilidad sobre cuestiones tales como el desarrollo humano, las
necesidades económicas o las soberanías de los países; sueñan con declarar
“reserva natural” a toda la amazonia sin preguntarse siquiera de que van a
vivir quienes no se conchaben de
guardaparque; pudimos atestiguar las actividades de organizaciones
gremiales que son capaces de poner en juego puestos de trabajo para llevar a
término medidas de fuerza motivadas en los mas descabellados reclamos; como
sucedió en una fábrica de galletitas, que fue a una interminable y conflictiva
huelga, a unos difícilmente justificables cortes de ruta, a la pérdida de
empleos en reclamo de ¡alcohol en gel!
La pregunta es –para mi humilde
entender- si vamos a tomar decisiones complejas en merito de unas interminables
cadenas de supuestos y presunciones bellamente hiladas; si tendremos la
valentía de hacernos las preguntas difíciles, o apenas aquellas que ya vengan
avaladas por su canónica y conveniente respuesta…
Erewhon, no where, ninguna parte;
alguien dijo alguna vez “el reino del revés”
donde las riquezas existen para contemplarlas absortos en la belleza de
los paisajes, en un arrobamiento que nos permita abstraernos de los poblados
misérrimos, de las exiguas condiciones de vida de provincias enteras. Bienudos
artistas, políticos devenidos ecologistas, maestritas de escuela alzadas en
referentes políticos, ecologistas con olor a intereses financieros extranjeros, y una vez mas nos terminan
obligando a todos a salir corriendo a aprender sobre minería, sobre extracción,
sobre cielo abierto, sobre legislaciones nacionales y provinciales, sobre
cianuros, y aguas mas o menos potables, sobre polveos, amalgamas, índices y
otras yerbas mineras como si uno no tuviera nada mejor que hacer que pasarse el
días gambetiando zonceras.
Samuel Butler, a finales del
siglo XIX invento el país de ninguna parte, pero –para nuestra suerte- a
principios del siglo XXI el argentino Néstor Kirchner nos prometió (y vaya si
lo cumplió) “un país en serio” en nosotros queda ahora, si preferimos aquel
invento ingles o este invento argentino…
Fernando Luis
La Peñaloza Bs. As.
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