lunes, 8 de agosto de 2011
Las Adidas
Hay situaciones que se vienen a la memoria así, casi sin aviso…..Será porque se acercan las primarias, porque las boletas –esta vez- son de colores, porque un Alfonsín va en una de ellas... o porque el otro día -el del balotaje- fiscalizamos en una escuela cerquita de mi primaria y porque se arrimó Ale Sirota a votar en mi mesa, o bien, de puro nostálgico nomás…
Corría el año 83, octubre o septiembre de ese año, yo estaría en cuarto o quinto grado –a decir verdad, me da pereza hacer ciertos cálculos, a fin de lograr exactitud en el dato-. La escuela a la que iba quedaba en Floresta, más exactamente en Parque Avellaneda. Digo y remarco Parque Avellaneda porque ya desde pequeño me sublevaba la noción que tiene el “florestense” sobre su insignificante -en términos geográficos- barriada. Eso de que todo lo que rodea a Floresta, también “es” Floresta, siempre me molestó. El habitante medio de ese barrio considera que otros barrios como Parque Avellaneda, Montecastro, y -hasta el ignoto- Villa Santa Rita son parte de ese paraje porteño con nombre de estación del Sarmiento. Lo extraño es que algunos de los habitantes de esos barrios, lejos de asumir su propia identidad se reconocen como florestenses -haría falta un Fanon que lo explique, por ahí-
Intuyo que se trataba de esos meses -septiembre u octubre-, porque lo que voy a contar guarda relación con las elecciones de ese año.
En nuestras mentes infantiles, y en nuestras vivencias cotidianas, era la primera vez que se abría una instancia semejante. Todo el mundo: nuestros viejos, los maestros, la gente en el bondi, en la tele, en el almacén -”súper”, en ese costado de esta ciudad y de nuestras vidas, no existía, aún- no se hablaba de otra cosa: las elecciones del 30 de octubre. Años de silencio, de miedo, de identidades y de pertenencias dormidas, olvidadas, habían generado cierta expectativa por el voto, por la participación, por el sumarse a lo colectivo que... para nosotros... era toda una novedad.
Es así, como jugando, que movidos por los ruidos del afuera y que, cruzados por identidades familiares, por tanto yingle pegadizo, por los relatos de las maestras, por aquello que llaman “clima de época”... fuimos metiéndonos en tema. Que a quién votar, que por cuáles motivos, que si Iglesias-Americe, que un tal Deolindo, que... de a grupos íbamos definiendo preferencias y pertenencias.
Por aquellos años: principios y mediados de los 80, se usaban mucho unas zapatillas Adidas -de vóley, creo que eran- de lona, celestes, con unos agujeros que atravesaban la suela transversalmente a la altura del talón. Esos agujeros eran tres y se podían rellenar con unos tapones de tres colores diferentes. Aplicarle los tapones cumplía con el doble objetivo de hacer más rigida la suela y de adornar el calzado a gusto. Es que las zapas venían acompañadas de una bolsita con varios ejemplares de tapones celestes, blancos y rojos, de modo que uno pudiese combinar colores -cierto es que sin gran variedad-. Ahora, entrado un nuevo siglo, afortunadamente, nuestra más diversa y plural sociedad no reduce todo a un monocromatismo a tres tonos.
Se acercaban las elecciones y, de entre los usuarios de esas particulares zapatillas, se fueron perfilando dos grupos: por un lado, los que adornaban sus zapatillas con tapones celestes y blancos; y por otro, aquellos que lo hacían con tapones blancos y rojos. Peronistas los unos, radicales los otros, rápidamente fueron desplegando juegos -manchas, corridas, luchas- que los tenían por contendientes. Recuerdo que la maestra -no se si la suplente o la que después tomó licencia por embarazo- nos sermoneó bastante sobre lo inadecuado de tales conductas. Aunque, a decir verdad, fuera de lo normativo y lo curricular, seguro lo disfrutaría.
Del primer grupo formaban parte Da Silva, el Negro Valdéz, Long -el uruguayo-, Gomolión... en el de los radicales, seguro estaban Chiaradía, sus primos los Giangreco, Bernardini -el hijo de la dentista- y Ale Sirota.
Ahondar en las condiciones de parias -por negros, por “ser de provincia”- del grupo de los tapones celestes y blancos; o en las de hijos de... la panadera, la dentista, el del reparto de frutas o el pollero, del grupo de los tapones rojos y blancos, para explicar sus opciones, sería de una obviedad que excede el objetivo de este post.
Yo, recuerdo que no formaba parte de ninguno de los dos grupos. Por varias razones: uno, por carecer de ésas zapatillas; dos, porque siempre fui nulo para todo deporte; tres, por encontrarme tironeado entre la identidad peronista -aunque en su fase vergonzante- de mi viejo (Él no votó por Luder ese octubre) y el alfonsinismo optimista de mi vieja -al fin de cuentas, hija de un inmigrante español medio anarco, algo socialista-. Aunque, en realidad creo que sentiría más afinidad por los boinas (y talones) blancos. A esas edades y en esas circunstancias somos más lo que desean nuestras madres, que lo que esperan nuestros padres de nosotros. Además, hasta esa época, yo, todavía era el hijo del almacenero.
César Nilo.
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