lunes, 25 de enero de 2016

FPV Polémica: el gran río, los brazos, el delta




Por GABRIEL FERNÁNDEZ / LA SEÑAL MEDIOS – Área rea Periodística de Radio Gráfica

Si abrevamos en el concepto de contradicción, hallaremos varias opciones interpretativas. Nos interesa, sin cerrarnos, esa variante inteligente que mientras admite la existencia del contraste, sabe o al menos intenta, diferenciar entre el principal y los secundarios. Todo esto acompasado por apreciaciones más cotidianas: el ser humano es muy variado, por tanto su proceder es diverso. Y lo es aún cuando proceda colectivamente de modo unificado. ¿Y el movimiento obrero? Ya veremos.

Por estas horas, como ratificando el decir de sus adherentes duros en las semanas recientes, Cristina Fernández de Kirchner se refirió a los “dirigentes sindicales”. Lo hizo con dos asertos esenciales, en pocos minutos de charla grabada por un celular: son todos más o menos parecidos, los metió en la bolsa, y son ajenos, pues los derechos los defiende cada miembro del pueblo sin intermediarios, cada integrante “empoderado”.

Late allí –CFK no lo dice, seamos honestos- pero late, otra dualidad con intensidad política: kirchnerismo – peronismo. De la objeción al reclamo por el impuesto a las ganancias se pasa, en lo tácito, a recriminar ausencias e indisciplinas. Alejamientos. Pero más por debajo aún se palpa, al menos lo siente quien vivió varios períodos y no sólo el más reciente, aquél antiguo disconformismo, aquella lejana incomodidad, de las capas medias del movimiento para con los sindicalistas.

Esto no lo hace saber nuestra líder más votada y sin dudas portadora de logros gubernamentales extraordinarios que hemos marcado sin cesar en estas páginas, pero si lo manifiestan con total franqueza los militantes más duros de su vertiente: ahora no reclaman, ahora donde están, son unos traidores, pactaron con Macri, etc. Usted los lee continuamente, o usted dice y escribe esas mismas cosas lector, y sabe a lo que nos referimos sin exagerar.

Ahora bien, el dilema no es sencillo. Hemos indicado que se trata de militantes de nuestro movimiento; no estamos hablando de esos gorilones que odian a Cristina, al kirchnerismo, al peronismo, al populismo, a Chávez y a todo lo mejor que construyó América latina en la Década realmente Ganada. Por tanto, en primera instancia: tienen pleno derecho a debatir y a plantear diferencias. No viene por ahí la objeción de este texto; ya verá.

Vamos un tranco hacia atrás. Un puñado de dirigentes se desprendió del movimiento nacional hace varios años. Grave error que puede equipararse con el deletéreo concepto de traición. Pero resultaron eso: un puñado de dirigentes que en modo alguno representan a los centenares y más de sindicatos y sindicalistas que permanecieron firmes junto al gobierno nacional y popular. Para empezar entonces, una generalización es injusta, aunque además errónea. Si el conjunto del sindicalismo hubiera aceptado la coordinación de las corporaciones, empezando por Clarín, el gobierno de Cristina hubiera caído antes de los comicios del 22 de noviembre.

Luego, es pertinente señalar que tras la fuga de esos pocos sindicalistas, el gobierno impulsó la creación de una agrupación juvenil asentada en empleados del Estado. Esto hay que decirlo, porque no es eso lo que está mal: ser militante no es ser ñoqui, ser militante es entregar la vida cotidiana al mejoramiento del país. Eso son los pibes a los cuales hacemos referencia. El problema es que un agrupamiento de esa naturaleza, no está en condiciones de conducir hegemónicamente un movimiento bravío como el peronismo y mucho menos, de disciplinar al gremialismo en la Argentina.

No se trata de un deber ser. Es una realidad. La mayoría de los sindicatos argentinos no traicionaron nada en este período. Han crecido gracias al proceso industrializador impulsado por el kirchnerismo, lo han agradecido y han movilizado… hasta que se lo permitió esa hegemonía juvenil. Porque créase o no, en este período los sindicatos integraron a una masa enorme de nuevos militantes de base; delegados, activistas, pibes que también se lanzaron a bregar por un mundo mejor… pero que poseen diferencias sociales con los antedichos.

Meses atrás, cuando todavía el debate en el movimiento se asentaba en quién sería el candidato y si se ganaba en primera o segunda vuelta, un dirigente sindical de extrema confianza dijo a este periodista “estuve pensando; está muy bueno lo de los patios de la Rosada cuando habla Cristina, muy bueno… pero ¿sabés qué? ¡Son patios blancos!”. Le pregunté que quería indicar y explicó: “Nuestros pibes no pueden entrar, van y quedan afuera, después ya no van, es todo de La Campora, y nada más, son chicos macanudos, pero están dejando fuera a trabajadores de su misma edad, que quieren ir a ¡respaldar a Cristina! Ahí tenemos un problema”, señaló, perspicaz.

Y más. En diálogo más reciente con un sincero –en privado- militante de la famosa agrupación juvenil en cuestión, aseveró: “También ¿era necesario que tuviéramos todos todos los cargos en las listas y la mayoría de los funcionarios en los ministerios?”. Está claro. Quien suponga que esto es propaganda de La Nación que lo crea y entonces no se habla más, la verticalidad se impone para todos y todas y no se discute nada. Pero el movimiento nacional discute, corcovea, se enoja y plantea. Porque si no, los errores se repiten. Por ejemplo: ¿A nadie se le ocurrió que los sindicatos afines, los que se quedaron valga la reiteración, merecían puestos adecuados en el Ministerio de Trabajo? ¿Nadie supuso que para mejorar la actividad electoral el sindicalismo tenía derecho a insertar candidatos en las listas?

Pregunta simple: ¿Por qué no?

Es decir, el alejamiento se fue construyendo paso a paso, desde la asunción de Cristina hasta el presente. Derivó en la formación de un frente con identidad peronista al costado del Frente para la Victoria –a nuestro entender el FPV es la verdadera representación del movimiento nacional- y concluyó con una fuga de votos apreciable. Esos votos no podían ser contenidos en su totalidad porque estaban influenciados por otros factores, especialmente mediáticos, pero si parcialmente de haberse elaborado con más tacto el vínculo con el movimiento obrero organizado y con sectores de identidad peronista histórica.

No renegamos de nuestras palabras: hemos señalado oportunamente que el pueblo argentino vota populismo de centroizquierda y podemos realizar una narración ajustada, comicio por comicio en el orden ejecutivo nacional, que refrenda el comentario. Alguien dirá que los sindicatos no encarnan claramente ese perfil de centroizquierda. Entonces señalamos: no conocen a los gremios y a sus dirigentes que quedaron de este lado de la línea; no son nazis, ni fascistas ni corporativistas. Son compañeros con ideas bastante avanzadas y ya muy distantes de Moyano, ni qué hablar de Barrionuevo o Venegas. No los conocen porque muchos militantes de las capas medias también se guían por la orientación que reciben de los medios concentrados.

Pero además: no hay populismo sin sindicatos. Lo que es decir, como hemos indicado: no hay proyecto nacional sin movimiento obrero. La ausencia de Moyano se hizo sentir por su capacidad para arrastrar a la UTA, por la incapacidad propia para retener a la UTA, pero sobre todo por el destrato oficial hacia los sindicatos que se afirmaron en la defensa del Proyecto Nacional y Popular sin recibir un reconocimiento adecuado. Sin cámaras ni medios para hacerse ver y oír (salvo los nacional – populares carentes de financiamiento) y sin reuniones adecuadas con las áreas de Economía, Trabajo y Desarrollo Social.

Ahora bien. Todo este texto tiene la intención de amalgamar lo que se está desperdigando porque ya está visto que con una sola vertiente –el kirchnerismo- aunque sea la más votada y la más movilizada, no se logra vencer. Vencer en toda la línea, no sólo electoralmente, si se entiende. Y porque la reverberancia callejera de la adhesión del movimiento obrero organizado es una de las grandes armas culturales del movimiento nacional para combatir las campañas comunicacionales imperiales. Porque el kirchnerismo es un peronismo y no puede desplegarse sin integrar a su contradicción previa, no antagónica. Si la niega, pierde un componente de la elaboración.

Si el kirchnerismo no es un peronismo, como pretenden algunos entusiastas, entonces el kircherismo es una agrupación de clase media motorizada por individuos desorganizados que se juntan en una plaza convocados desde las redes sociales para efectuar demandas justas. Eso está muy bien pero con eso no se ganan las elecciones ni la hegemonía cultural nacional. La responsabilidad siempre recae en el liderazgo mayor. Entonces, este es un texto, también, destinado a respaldar a Cristina Fernández de Kirchner. A plantearle que sin el peronismo y sin el movimiento obrero organizado, ella pasaría de ser la jefa del movimiento en general, a la jefa de La Cámpora. Y lo que queremos es que asuma integralmente el liderazgo.

Pero el liderazgo está relacionado con la persuasión. Cada sector debe sentirse reconocido por el conductor, porque cuando hay zonas de exclusión la intensidad militante baja y los compañeros no saben bien qué hacer para apoyar un proceso que apoyan. Es común entre los dirigentes que arriban al peronismo desde la izquierda malinterpretar nuestra historia y presuponer que este movimiento es elementalmente vertical. No lo ha sido, ni con Perón, no lo es ni puede serlo, pues sus variados componentes encarnan fuerzas reales que batallan por salir a luz, expresarse y obtener cuotas de poder decisorio. Por tanto, tampoco es “elemental”: eso del choripán es un problema de La Nación y satélites, pero las ideas que fluyen por estos barrios son bien complejas.

Desde Jauretche y Scalabrini hasta Ubaldini, desde Cooke hasta Laclau, desde Rearte hasta Ongaro, desde Walsh hasta Ferla, desde el programa de Huerta Grande hasta los 23 puntos de la CGT, desde Perón hasta Cristina pasando por Néstor, por sólo citar un puñado, se registran dentro del peronismo tremendos y violentos debates democráticos –si, como discute nuestro pueblo, con energía y participación- que a su vez encarnan intereses profundos y vigorosos. La anulación de esos cruces a través de la hegemonía verticalizada sobre una agrupación, que además carece de la organización social de base adecuada, resulta letal y fuerza que los planteos emerjan descoordinados por aquí y por allá. El intento de encauzar esa trayectoria en pensadores como Ricardo Forster, una simplicación costosa.

Es claro que Cristina es jefa y cabalmente representativa. Es claro que La Cámpora es numéricamente importante y ha canalizado una militancia joven y valiosa. Lo que no es claro es porqué la líder y sus compañeros no dialogan con el resto del movimiento para incluirlo y potenciar así su propio desarrollo. Ahora bien, si quienes ocupan ese lugar recurren a la sencilla caracterización de toda disidencia como traición (a este periodista, por caso), estaremos condenados a configurarnos como una vertiente de los sectores medios altamente movilizados pero sin posibilidades cabales de victoria ante deficiencias para abarcar el arco social propio.

Y además, sesgando hacia un detalle: ¿quién fue el genio que desde Canal 7 dispuso en los últimos tres años que en los actos públicos y masivos del oficialismo se enfocara sólo las banderas de La Cámpora? ¿Creyeron que no se notaría que volcaban la cámara cuando arribaban el Evita, el Kolina, los sindicatos, los agrupamientos sociales? La dirección periodística de las transmisiones de esos magníficos eventos logró transformar enormes movilizaciones populares en festivales de muchachos porteños. Lo cual se constituyó en un verdadero festival para los medios concentrados.

En la lectura del tiempo histórico corto, puede suponerse que el kirchnerismo inventó todo desde la nada. Esa puede ser incluso, la legítima percepción de sus hacedores. Legítima pero equivocada. El pensamiento nacional con epicentro en el forjismo, el movimiento obrero pese a las defecciones y las organizaciones sociales en el último tramo del siglo anterior, mantuvieron banderas que fueron retomadas. La gran gesta del 19 y 20 de diciembre del 2001 quebró la cerviz del neoliberalismo y abrió las puertas al paso de la historia. Felizmente, el kirchnerismo observó esa herencia, se montó sobre ella y condujo la nación hacia un progreso que años antes resultaba impensable.

La admisión de ese decurso enriquece. Es doloroso que algunos compañeros supongan que desmerece los logros del tramo reciente: los realza como parte de una historia de luchas sorprendente, inteligente y heroica. Pero algo más para terminar: es preciso sacudirse esa prevención social en contra de los sindicatos. Ese gesto cultural que aleja porque lleva a percibir ajenidad sobre un espacio vertebral del movimiento nacional y popular, y por lo tanto del Proyecto que con gallardía el kirchnerismo ha llevado adelante.


Los cambios los hacen los pueblos. Las franjas militantes contribuyen a acompañar, esclarecer y organizar. Cuando se alejan y pretenden decirle a los pueblos todo lo que tienen que hacer, están sustituyendo sus organizaciones, pero sobre todo sus ritmos, sus culturas, sus representaciones genuinas. Estamos a tiempo de ensamblar lo propio. Somos una potencia extraordinaria. Podemos ser una totalidad sin abandonar nuestras concepciones parciales.

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