Por GABRIEL FERNÁNDEZ / LA SEÑAL
MEDIOS – Área rea Periodística de Radio Gráfica
Si abrevamos en el concepto de
contradicción, hallaremos varias opciones interpretativas. Nos interesa, sin
cerrarnos, esa variante inteligente que mientras admite la existencia del
contraste, sabe o al menos intenta, diferenciar entre el principal y los secundarios.
Todo esto acompasado por apreciaciones más cotidianas: el ser humano es muy
variado, por tanto su proceder es diverso. Y lo es aún cuando proceda
colectivamente de modo unificado. ¿Y el movimiento obrero? Ya veremos.
Por estas horas, como ratificando
el decir de sus adherentes duros en las semanas recientes, Cristina Fernández
de Kirchner se refirió a los “dirigentes sindicales”. Lo hizo con dos asertos
esenciales, en pocos minutos de charla grabada por un celular: son todos más o
menos parecidos, los metió en la bolsa, y son ajenos, pues los derechos los
defiende cada miembro del pueblo sin intermediarios, cada integrante
“empoderado”.
Late allí –CFK no lo dice, seamos
honestos- pero late, otra dualidad con intensidad política: kirchnerismo – peronismo.
De la objeción al reclamo por el impuesto a las ganancias se pasa, en lo
tácito, a recriminar ausencias e indisciplinas. Alejamientos. Pero más por
debajo aún se palpa, al menos lo siente quien vivió varios períodos y no sólo
el más reciente, aquél antiguo disconformismo, aquella lejana incomodidad, de
las capas medias del movimiento para con los sindicalistas.
Esto no lo hace saber nuestra
líder más votada y sin dudas portadora de logros gubernamentales
extraordinarios que hemos marcado sin cesar en estas páginas, pero si lo
manifiestan con total franqueza los militantes más duros de su vertiente: ahora
no reclaman, ahora donde están, son unos traidores, pactaron con Macri, etc.
Usted los lee continuamente, o usted dice y escribe esas mismas cosas lector, y
sabe a lo que nos referimos sin exagerar.
Ahora bien, el dilema no es
sencillo. Hemos indicado que se trata de militantes de nuestro movimiento; no
estamos hablando de esos gorilones que odian a Cristina, al kirchnerismo, al
peronismo, al populismo, a Chávez y a todo lo mejor que construyó América
latina en la Década realmente Ganada. Por tanto, en primera instancia: tienen
pleno derecho a debatir y a plantear diferencias. No viene por ahí la objeción
de este texto; ya verá.
Vamos un tranco hacia atrás. Un
puñado de dirigentes se desprendió del movimiento nacional hace varios años.
Grave error que puede equipararse con el deletéreo concepto de traición. Pero
resultaron eso: un puñado de dirigentes que en modo alguno representan a los
centenares y más de sindicatos y sindicalistas que permanecieron firmes junto
al gobierno nacional y popular. Para empezar entonces, una generalización es
injusta, aunque además errónea. Si el conjunto del sindicalismo hubiera
aceptado la coordinación de las corporaciones, empezando por Clarín, el
gobierno de Cristina hubiera caído antes de los comicios del 22 de noviembre.
Luego, es pertinente señalar que
tras la fuga de esos pocos sindicalistas, el gobierno impulsó la creación de
una agrupación juvenil asentada en empleados del Estado. Esto hay que decirlo,
porque no es eso lo que está mal: ser militante no es ser ñoqui, ser militante
es entregar la vida cotidiana al mejoramiento del país. Eso son los pibes a los
cuales hacemos referencia. El problema es que un agrupamiento de esa
naturaleza, no está en condiciones de conducir hegemónicamente un movimiento
bravío como el peronismo y mucho menos, de disciplinar al gremialismo en la
Argentina.
No se trata de un deber ser. Es
una realidad. La mayoría de los sindicatos argentinos no traicionaron nada en
este período. Han crecido gracias al proceso industrializador impulsado por el
kirchnerismo, lo han agradecido y han movilizado… hasta que se lo permitió esa
hegemonía juvenil. Porque créase o no, en este período los sindicatos
integraron a una masa enorme de nuevos militantes de base; delegados,
activistas, pibes que también se lanzaron a bregar por un mundo mejor… pero que
poseen diferencias sociales con los antedichos.
Meses atrás, cuando todavía el
debate en el movimiento se asentaba en quién sería el candidato y si se ganaba
en primera o segunda vuelta, un dirigente sindical de extrema confianza dijo a
este periodista “estuve pensando; está muy bueno lo de los patios de la Rosada
cuando habla Cristina, muy bueno… pero ¿sabés qué? ¡Son patios blancos!”. Le
pregunté que quería indicar y explicó: “Nuestros pibes no pueden entrar, van y
quedan afuera, después ya no van, es todo de La Campora, y nada más, son chicos
macanudos, pero están dejando fuera a trabajadores de su misma edad, que
quieren ir a ¡respaldar a Cristina! Ahí tenemos un problema”, señaló,
perspicaz.
Y más. En diálogo más reciente
con un sincero –en privado- militante de la famosa agrupación juvenil en
cuestión, aseveró: “También ¿era necesario que tuviéramos todos todos los
cargos en las listas y la mayoría de los funcionarios en los ministerios?”.
Está claro. Quien suponga que esto es propaganda de La Nación que lo crea y
entonces no se habla más, la verticalidad se impone para todos y todas y no se
discute nada. Pero el movimiento nacional discute, corcovea, se enoja y
plantea. Porque si no, los errores se repiten. Por ejemplo: ¿A nadie se le
ocurrió que los sindicatos afines, los que se quedaron valga la reiteración,
merecían puestos adecuados en el Ministerio de Trabajo? ¿Nadie supuso que para
mejorar la actividad electoral el sindicalismo tenía derecho a insertar
candidatos en las listas?
Pregunta simple: ¿Por qué no?
Es decir, el alejamiento se fue
construyendo paso a paso, desde la asunción de Cristina hasta el presente.
Derivó en la formación de un frente con identidad peronista al costado del
Frente para la Victoria –a nuestro entender el FPV es la verdadera
representación del movimiento nacional- y concluyó con una fuga de votos
apreciable. Esos votos no podían ser contenidos en su totalidad porque estaban
influenciados por otros factores, especialmente mediáticos, pero si
parcialmente de haberse elaborado con más tacto el vínculo con el movimiento
obrero organizado y con sectores de identidad peronista histórica.
No renegamos de nuestras
palabras: hemos señalado oportunamente que el pueblo argentino vota populismo
de centroizquierda y podemos realizar una narración ajustada, comicio por
comicio en el orden ejecutivo nacional, que refrenda el comentario. Alguien
dirá que los sindicatos no encarnan claramente ese perfil de centroizquierda.
Entonces señalamos: no conocen a los gremios y a sus dirigentes que quedaron de
este lado de la línea; no son nazis, ni fascistas ni corporativistas. Son
compañeros con ideas bastante avanzadas y ya muy distantes de Moyano, ni qué
hablar de Barrionuevo o Venegas. No los conocen porque muchos militantes de las
capas medias también se guían por la orientación que reciben de los medios
concentrados.
Pero además: no hay populismo sin
sindicatos. Lo que es decir, como hemos indicado: no hay proyecto nacional sin
movimiento obrero. La ausencia de Moyano se hizo sentir por su capacidad para
arrastrar a la UTA, por la incapacidad propia para retener a la UTA, pero sobre
todo por el destrato oficial hacia los sindicatos que se afirmaron en la
defensa del Proyecto Nacional y Popular sin recibir un reconocimiento adecuado.
Sin cámaras ni medios para hacerse ver y oír (salvo los nacional – populares
carentes de financiamiento) y sin reuniones adecuadas con las áreas de
Economía, Trabajo y Desarrollo Social.
Ahora bien. Todo este texto tiene
la intención de amalgamar lo que se está desperdigando porque ya está visto que
con una sola vertiente –el kirchnerismo- aunque sea la más votada y la más
movilizada, no se logra vencer. Vencer en toda la línea, no sólo electoralmente,
si se entiende. Y porque la reverberancia callejera de la adhesión del
movimiento obrero organizado es una de las grandes armas culturales del
movimiento nacional para combatir las campañas comunicacionales imperiales.
Porque el kirchnerismo es un peronismo y no puede desplegarse sin integrar a su
contradicción previa, no antagónica. Si la niega, pierde un componente de la
elaboración.
Si el kirchnerismo no es un
peronismo, como pretenden algunos entusiastas, entonces el kircherismo es una
agrupación de clase media motorizada por individuos desorganizados que se
juntan en una plaza convocados desde las redes sociales para efectuar demandas
justas. Eso está muy bien pero con eso no se ganan las elecciones ni la
hegemonía cultural nacional. La responsabilidad siempre recae en el liderazgo
mayor. Entonces, este es un texto, también, destinado a respaldar a Cristina
Fernández de Kirchner. A plantearle que sin el peronismo y sin el movimiento
obrero organizado, ella pasaría de ser la jefa del movimiento en general, a la
jefa de La Cámpora. Y lo que queremos es que asuma integralmente el liderazgo.
Pero el liderazgo está
relacionado con la persuasión. Cada sector debe sentirse reconocido por el
conductor, porque cuando hay zonas de exclusión la intensidad militante baja y
los compañeros no saben bien qué hacer para apoyar un proceso que apoyan. Es
común entre los dirigentes que arriban al peronismo desde la izquierda
malinterpretar nuestra historia y presuponer que este movimiento es
elementalmente vertical. No lo ha sido, ni con Perón, no lo es ni puede serlo,
pues sus variados componentes encarnan fuerzas reales que batallan por salir a
luz, expresarse y obtener cuotas de poder decisorio. Por tanto, tampoco es
“elemental”: eso del choripán es un problema de La Nación y satélites, pero las
ideas que fluyen por estos barrios son bien complejas.
Desde Jauretche y Scalabrini
hasta Ubaldini, desde Cooke hasta Laclau, desde Rearte hasta Ongaro, desde
Walsh hasta Ferla, desde el programa de Huerta Grande hasta los 23 puntos de la
CGT, desde Perón hasta Cristina pasando por Néstor, por sólo citar un puñado,
se registran dentro del peronismo tremendos y violentos debates democráticos
–si, como discute nuestro pueblo, con energía y participación- que a su vez encarnan
intereses profundos y vigorosos. La anulación de esos cruces a través de la
hegemonía verticalizada sobre una agrupación, que además carece de la
organización social de base adecuada, resulta letal y fuerza que los planteos
emerjan descoordinados por aquí y por allá. El intento de encauzar esa
trayectoria en pensadores como Ricardo Forster, una simplicación costosa.
Es claro que Cristina es jefa y
cabalmente representativa. Es claro que La Cámpora es numéricamente importante
y ha canalizado una militancia joven y valiosa. Lo que no es claro es porqué la
líder y sus compañeros no dialogan con el resto del movimiento para incluirlo y
potenciar así su propio desarrollo. Ahora bien, si quienes ocupan ese lugar
recurren a la sencilla caracterización de toda disidencia como traición (a este
periodista, por caso), estaremos condenados a configurarnos como una vertiente
de los sectores medios altamente movilizados pero sin posibilidades cabales de
victoria ante deficiencias para abarcar el arco social propio.
Y además, sesgando hacia un
detalle: ¿quién fue el genio que desde Canal 7 dispuso en los últimos tres años
que en los actos públicos y masivos del oficialismo se enfocara sólo las
banderas de La Cámpora? ¿Creyeron que no se notaría que volcaban la cámara
cuando arribaban el Evita, el Kolina, los sindicatos, los agrupamientos
sociales? La dirección periodística de las transmisiones de esos magníficos
eventos logró transformar enormes movilizaciones populares en festivales de
muchachos porteños. Lo cual se constituyó en un verdadero festival para los
medios concentrados.
En la lectura del tiempo
histórico corto, puede suponerse que el kirchnerismo inventó todo desde la
nada. Esa puede ser incluso, la legítima percepción de sus hacedores. Legítima
pero equivocada. El pensamiento nacional con epicentro en el forjismo, el
movimiento obrero pese a las defecciones y las organizaciones sociales en el
último tramo del siglo anterior, mantuvieron banderas que fueron retomadas. La
gran gesta del 19 y 20 de diciembre del 2001 quebró la cerviz del
neoliberalismo y abrió las puertas al paso de la historia. Felizmente, el
kirchnerismo observó esa herencia, se montó sobre ella y condujo la nación
hacia un progreso que años antes resultaba impensable.
La admisión de ese decurso
enriquece. Es doloroso que algunos compañeros supongan que desmerece los logros
del tramo reciente: los realza como parte de una historia de luchas
sorprendente, inteligente y heroica. Pero algo más para terminar: es preciso
sacudirse esa prevención social en contra de los sindicatos. Ese gesto cultural
que aleja porque lleva a percibir ajenidad sobre un espacio vertebral del
movimiento nacional y popular, y por lo tanto del Proyecto que con gallardía el
kirchnerismo ha llevado adelante.
Los cambios los hacen los
pueblos. Las franjas militantes contribuyen a acompañar, esclarecer y
organizar. Cuando se alejan y pretenden decirle a los pueblos todo lo que
tienen que hacer, están sustituyendo sus organizaciones, pero sobre todo sus
ritmos, sus culturas, sus representaciones genuinas. Estamos a tiempo de
ensamblar lo propio. Somos una potencia extraordinaria. Podemos ser una
totalidad sin abandonar nuestras concepciones parciales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario