Con convicciones, sin pantomimas
Por Carta Abierta
En estos días de mayo una
multitud regresa sobre los lugares y los símbolos de nuestra historia y de
nuestro presente. Días que coronan una etapa extraordinaria en la vida del
país, que ponen de manifiesto el sentido reparador del camino recorrido y que también
evidencian los logros, las vicisitudes y los conflictos de una época, la
nuestra, cargada de potencias transformadoras y de acechanzas. Días de mayo que
reconstruyen un puente imaginario de más de doscientos años de extensión en el
tiempo que nos recuerdan, como también sucedió durante los festejos del
Bicentenario, el litigio que recorre, bajo la forma de la cuestión de la
igualdad, una actualidad política, social, económica y cultural que no sólo nos
ha permitido superar la decadencia y la desolación de los ’90 sino que le ha
devuelto a esa multitud un protagonismo que parecía perdido. Días, en
definitiva, en los que se vuelven a entrelazar, en el discurso con el que
Cristina cerró los impactantes festejos populares, tres palabras-concepto que
marcan una realidad en disputa y a las que el kirchnerismo resignificó de
manera notable: democracia, pueblo e igualdad.
Un discurso cargado de emotividad
en diálogo con la multitud, cargado de la potencia de una política heredera de
las grandes tradiciones emancipatorias y atravesado por la conciencia de una
etapa histórica que necesita renovar su contrato con el pueblo argentino
profundizando el camino recorrido en estos doce años. Con esa multitud que ha
asumido un protagonismo capaz de entrelazarse con las mejores gestas populares
del pasado y dispuesta a constituirse en contralor de lo por venir. Pero
también una intervención notable que giró alrededor de la significación de la
política de derechos humanos y de la figura parte aguas para el presente argentino
como lo ha sido la de Néstor Kirchner.
Una oratoria en comunión con
centenares de miles de ciudadanos que se sintieron interpelados por quien
siempre respetó la inteligencia popular, por quien acuñó el concepto “la Patria es el Otro”, por
quien nunca dejó de señalar, con palabras decisivas, la complejidad y los
desafíos de esta época y que buscó, una y otra vez, destacar que es a ese
gentío de los incontables de la historia a la que le corresponde defender lo
conquistado. Allí estuvo, al caer la noche del 25 de mayo, la apropiación
política por una parte sustantiva del pueblo de su papel como garante de la
continuidad de un proyecto de país que no ha dejado de avanzar, que se ha
atrevido a desafiar a los poderes reales, tanto internos como externos, y que
logró algo que parecía imposible: devolverle a la política, en tanto
instrumento de transformación, un lugar central en la vida democrática. Para
eso, Cristina, como en otras ocasiones, recuperó algunas palabras clave de la
mejor tradición de la democracia popular.
Porque dentro de las marcas
fundamentales que han dejado sobre el cuerpo argentino estos años únicos, una
de ellas tiene que ver con la reconstrucción de la vida democrática reuniendo,
en un movimiento de correspondencia, aquello que había sido separado: el Estado
de derecho y las instituciones republicanas con los derechos sociales, la
revalorización del papel central del Estado y la ampliación de los caminos
hacia la igualdad. Es en esa correspondencia donde hay que ir a buscar,
también, la fervorosa comunión de las masas populares congregadas en la plaza
con un proyecto iniciado en tiempos de crisis y convulsiones por Néstor
Kirchner y continuado, de manera ejemplar, por Cristina. Ahora, en este 2015,
se abre una nueva etapa de inéditos desafíos y complejidades que pondrán a
prueba la continuidad de lo iniciado doce años atrás.
Las convicciones señaladas en
aquel 25 de Mayo de 2003 sumadas a un trabajo nacido de una voluntad
inclaudicable, con potencia militante y ejerciendo la acción política en
beneficio de las mayorías saqueadas e invisibilizadas por la hegemonía
neoliberal de los años ’90, sacaron del infierno a un país devastado por la
muerte, la miseria, la entrega y la antipolítica.
Los gobiernos de Néstor y
Cristina realizaron la acción más intensa y transformadora de la vida política
argentina de los últimos cincuenta años. Restituyendo derechos materiales y
simbólicos, desarrollando políticas redistributivas, poniendo el centro en la
defensa de los derechos humanos, extendiendo el mercado interno y la producción
nacional, defendiendo la soberanía nacional, siendo protagonista de la
integración regional. Si algunas fuerzas políticas pueden definirse por
prometer lo que no pudieron cumplir y otras por prometer lo opuesto de lo que
harían, el kirchnerismo puede caracterizarse como una fuerza política que hizo
mucho más de lo que prometió. Esa construcción coherente, generó la
incorporación a la participación y la militancia de miles de jóvenes que
rescatan el valor de la política y la autenticidad del proyecto.
Hemos dicho promesa. El concepto
tiene cierta carga de ofrenda, juramento o augurio, pero queremos sacarle toda
relación con lo recóndito o lo misterioso. La promesa, así como la comprensión,
son el elemento vital en el que habita la vida intelectual. Por eso, como en
páginas siempre celebradas lo afirmara Hannah Arendt, la promesa es una de las
condiciones de la acción que mantiene en tensión a todas las formas de la
política, que no son otra cosa que la potencialidad para formar incesantes
sentidos, tanto de comunidad, de universalidad como de justicia. Es propio de
la condición humana ser portadora de esas cualidades que la llevan a conjugarse
en horizontes colectivos de acción, y a reelaborarlos permanentemente. En su
trasfondo último, estas son vibraciones de la vida intelectual, y ayudan a
definir los ejercicios de pensamiento como propios del tejido común de
ofrecimientos que pueden hacerse en medio de un gran debate, como el que hoy
caracteriza a nuestro país. Debido a esto, las palabras de este documento
podrán ser aportes intelectuales en la medida que sepan interrogar sus propias
promesas, es decir, en la medida en que adquieran su propia conciencia de que
cada palabra dicha, puede contradecirse o generar el acontecimiento, a veces
inesperado, de su propia superación. Esto último es lo que esperamos que
suceda.
Mientras tanto ¿qué con las
nuevas derechas? Resulta un interrogante respecto a las formas y medios
novedosos que definirían las particulares maniobras para embestir contra los
pueblos que el poder concentrado viene construyendo en América latina. La
fisonomía de distintos momentos hizo despertar palabras, en una búsqueda por
dibujar las estrategias con que los clásicos opresores apuntaban contra la
emergencia de un ciclo histórico de gobiernos populares en el continente de
“las venas abiertas”. Acciones destituyentes, golpes blandos y otros ensayos
para poder nombrar aquello que con nuevas maneras hacía reaparecer lo repetido:
la ofensiva contra la democratización y la reacción para obturar la conquista
de derechos.
Los diarios de los monopolios
mediáticos, los mismos que dan una encarnizada batalla contra la Ley de Servicios de
Comunicación Audiovisual –tal vez el más evidente símbolo de transformación
democratizadora del kirchnerismo–, en estos días registraron viejas firmas que
siempre lucieron apoyando las clausuras golpistas de gobiernos votados por la
ciudadanía, ahora respaldando a una Corte Suprema de Justicia como vértice de
un Poder Judicial en un tiempo en que éste se expone como una corporación que
en nombre de los límites al poder persigue desteñir la democracia que las
presidencias de Néstor Kirchner y Cristina Fernández supieron construir
poniendo en época las tradiciones del nacionalismo popular. Entre los apoyos
empresariales que supo conseguir el presidente de esta Corte, sobresalen la Sociedad Rural y la Asociación Empresaria
Argentina, nuevo apodo del Consejo Empresario que constituyó la plataforma
desde donde se diseñó la desarticulación de una Argentina inclusiva, viva y
luchadora, demolida por las patotas de militares, civiles y de empresarios
neoliberales que gobernaron con el terrorismo de Estado.
Las mismas usinas empresariales
que reclaman acabar con las paritarias, con las retenciones, que presionan por
reducir el gasto público, se ofrecen como protectores de la corporación que
intentó convertir en héroe a la cara visible de una operación política
destinada a corroer las posibilidades de dar continuidad al proyecto popular,
en vísperas de la contienda electoral. Decíamos en la Carta Abierta /18 “El
texto y la sangre”: “Frente a la denuncia del fiscal, se requiere iluminar, por
encima de oscuras acusaciones que, alejadas completamente del rigor que se
exige a los escritos judiciales, son legitimadas con liviandad por un sector
del Poder Judicial, más interesado en jugar un rol importante en la mecánica
destituyente, que en el objeto natural de su función: Perseguir Justicia”. Hoy
se ve la caída estrepitosa del velo de una tan burda como siniestra conjunción
de poderes e intereses que se esforzaron en dar crédito a lo falso en el sonado
“caso Nisman”. Hoy quedaron desenmascarados quienes querían convertir el
destino del país en un caso judicial. Muchas son las demandas sociales que
exigen del Poder Judicial atención perentoria. En particular, facilitar el
acceso a la Justicia
de las víctimas de violencia de género; y velar por la aplicación de leyes y
medidas que contribuyan a erradicar las prácticas machistas y patriarcales.
Expuesta está la asociación del
monopolio mediático con la lista de organizaciones del capital concentrado y un
Poder Judicial más interesado en poner “límites al poder (del pueblo)” que en
proveer Justicia, compenetrado con la doctrina de los liberales predemocráticos
que se aterrorizan por el ejercicio irrestricto de la voluntad popular porque
están consustanciados con la mirada de la república aristocrática, la república
de las minorías. Por eso son reconocidos como salvaguarda de sus intereses por
la oligarquía sistémica, frente a un proyecto político cuya mayor virtud fue la
de nunca renunciar a la autonomía conferida por el voto, habilitante para
emprender reformas siempre orientadas a la reparación de las mayorías
avasalladas por las políticas de globalización financiera.
Esta tensión por la hegemonía
entre el poder devenido de los derechos de propiedad del capital concentrado y
el poder popular en crecimiento gracias al recuperado valor de la autonomía de
la política, desembocará en un momento crucial con el choque de proyectos que
expresarán los inminentes comicios. ¿Cuál es la disputa clave, entonces, en la
instancia que se avecina? Parece remanida e insuficiente la sola mención a la
polarización entre el intento de continuidad del proyecto en curso, o su
sustitución por otro que, sin riesgo de error, puede nombrarse como propio de
la restauración conservadora. Otra cosa son las chances sobre su éxito en esa
empresa, en el hipotético y lejano supuesto de su acceso al gobierno. Tampoco
hay peligro de errar si se afirma que la oposición al Frente para la Victoria (FpV) repondría
la unidad entre gobierno y poder real, que no es otra cosa que la renuncia a la
autonomía de la política frente a la fuerza del capital concentrado.
Más complejo e inminente resulta
interrogar sobre el significado más preciso de la palabra continuidad. ¿Puede
entendérsela como un congelamiento de lo hecho? ¿Se nos puede representar como
la permanencia en una línea máxima posible a la que habrían accedido las
transformaciones de los doce años en los que los fundadores del kirchnerismo,
Néstor y Cristina, presidieron la
República ? Si este horizonte fuera la esperanza de la
prolongación del ciclo popular, ésta estaría acechada por una amenaza tan grave
como cercana. Tensión por la hegemonía, choque de proyectos y autonomía de la
política, que en el capitalismo sólo se constituye con la escisión entre
gobierno popular y poder real, han sido los pilares sobre los que se construyó
la dinámica reparatoria y de transformación radical. Los esfuerzos democratizadores
sobre los medios de comunicación, ejemplar política de derechos humanos
–inédita en lo nacional e internacional–, el proyecto de reforma del Poder
Judicial, la disputa por la renta agraria alrededor de los conflictos por las
retenciones, la lucha ideológica en relación al gasto social, como también la
reconstrucción de la institucionalidad del mercado de trabajo, hoy resistida
por un empresariado colonizado por el recetario de cuño fondomonetarista, el
forcejeo de igual a igual con los fondos buitres y con la justicia imperial
coaligada con ellos, informan que la continuidad pétrea es tan ilusa, que
profesar su posibilidad es más intención aviesa que estrechez de miras.
Continuidad es profundización, es
avance, o no es. La realidad social, hoy desnaturalizada por la conquista de la
preeminencia de la política, está en transformación y puja permanente. La
continuidad del kirchnerismo exige más que su formulación tautológica
preguntarse ¿Cuáles serán los futuros cambios? ¿Cómo se construirá la participación
popular y la correlación de fuerzas para sostenerlos? Así, quien se proponga
liderar la declamada continuidad debe prepararse a ser un timonel de la
profundización.
Entrará a tallar la cuestión de
los estilos como meollo, no como mera formalidad. No es de segundo nivel,
entonces, la batalla electoral en las PASO del FpV. ¿Habrá distintos proyectos?
Sí, puede haberlos, pues al distinguir estilos se están insinuando modos
distintos de mirar el futuro. ¿Cuál es esa diferencia? Entre las propuestas de
seguridad democrática, enarboladas por amplios sectores del kirchnerismo, y la
lógica policial de algunos gobiernos provinciales, los estilos no son temas de
detalle. Entre la pelea por la aplicación íntegra de la Ley de Medios y los encuentros
amistosos de pretendientes presidenciales del FpV con propietarios de medios
monopólicos, las diferencias se marcan en blanco y negro. Hay estilos que
huelen a palabra escamoteada. Hay formas de hablar que gambetean el decir.
Mientras nuestra Presidenta identifica a los proyectos hermanos más avanzados
de América latina, a Venezuela, Bolivia, Ecuador y Cuba enlazados
indisolublemente con el rumbo emancipatorio en que estamos embarcados, hay
quienes prefieren callar acerca de ese hermanamiento político.
En términos de estilo se destaca
el procedimiento de postulación de la candidatura a diputado nacional de
Eduardo Jozami, que innova en los mecanismos electorales hasta hoy practicados,
sostenido en un debate amplio, abierto, movilizador y transparente del papel
que espera cumplir y enmarcado en la profundización del proyecto nacional y
popular. Afirmamos desde Carta Abierta que Eduardo Jozami debe ocupar el cargo
al que hará honor por su formación, trayectoria y compromiso ejemplar.
¿Cómo se profundiza la puja para
impulsar nuevas reformas necesarias en pos de la igualdad? Reforma tributaria,
cambios pendientes en la legislación financiera, recuperación nacional de
empresas claves en pos de reinstalar la centralidad del Estado y transformar la
organización productiva ante la claudicación de una reiteradamente soñada gran
burguesía nacional, que una vez tras otra prefirió y prefiere ser apéndice de
las economías centrales.
La omisión de esa palabra clave
–igualdad– es un silencio sospechable. Los doce años de gestión pueden ser
reivindicados desde el discurso que agita la política como razón de sus logros,
o desde el gerente que reniega de la ideología vanagloriándose de la eficacia
como virtud personal. Así, la reforma de los ferrocarriles, aunque demorada
pero encaminada a reponer un recurso estratégico, puede ser defendida apenas
desde una opción eficiente, o puede también ser argumentada desde un plan de
conglomerados estatales que resultan cruciales para un Estado conductor de un
proyecto de desarrollo nacional. Aptitud y actitud que el sector hegemónico del
empresariado no sólo mostró no tener, sino que contrariamente actuó conspirando
contra esa opción, con conductas especulativas, prebendarias, extorsionadoras y
de sumisión a la centralidad del capitalismo financiero internacional. La
centralidad estatal también ha de abrir la posibilidad, en tanto admita una
participación ciudadana en el diseño de políticas, de un desarrollo diferente
que califique la inclusión, la igualdad y la protección del medio ambiente. No
es menor la sustitución del incentivo de la ganancia fácil por otro centrado en
lo que Artigas llamara “la pública felicidad” y las culturas originarias
denominan el “buen vivir”. Concepto controvertido y debatido, pero mucho más
convocante a la promesa del bienestar general que el paradigma que invoca la
magia de conseguirlo a través del más individual de los egoísmos.
La actitud de un candidato
comprometido con el proyecto transformador y con vocación de liderar las peleas
que devendrán de los nuevos desafíos y combates, requiere ser expresada
claramente. Por eso es cuestión de interpelar ahora, es la hora de hablar, es
el momento de responder a la exigencia de definir el rumbo.
Se han conocido fallos adversos
con relación al necesario procesamiento de los responsables empresariales
implicados en el genocidio de los años ’70. Y es imprescindible como esencial
al proyecto democrático, nacional y popular, seguir avanzando con esos
juzgamientos sin fijar plazos ni alentar reconciliaciones. Esa constituirá la
principal lección del ciclo histórico que estamos viviendo; su signo que
trascenderá las fronteras para que el Nunca Más sea una consigna y realidad que
desborde el límite nacional. ¿Todos los que se exigen como aspirantes a
profundizar lo hecho se han comprometido a sostener esto, que merece nombrarse
como una épica? ¿O habrá alguno que en nombre de un supuesto apaciguamiento de
los argentinos intente fechar un momento final? ¿Son admisibles los implícitos
para dar testimonio de un compromiso sin matices con los modos con que en estos
doce años se impulsaron los juicios? ¿O quien arribe con el poder renovado que
inviste un presidente en sus comienzos tendría el deber de ser enérgico en
avanzar hacia nuevos modos aún más eficaces y rápidos en la consecución de los procesos,
las sentencias y las condenas?
La profundización debe ser
proclamada. Como así también las insuficiencias, los temas pendientes y las
rectificaciones necesarias como en el caso del retroceso que significó la
modificación en la política de seguridad o la aguda concentración admitida en
la producción pampeana asociada al uso del letal glifosato o la ausencia de una
reforma estructural en el sistema de salud que supere su actualidad de
fragmentación, ineficiencia y desigualdad.
En el proceso de recuperación y
crecimiento de la capacidad industrial de nuestro país es necesario un salto
cualitativo, modificando la matriz productiva hacia la producción de bienes de
alta complejidad con tecnología nacional. La opción de un Estado también
productor, encabezando conjuntos conformados por pymes e instituciones del
complejo nacional de ciencia y tecnología, aparece como la opción necesaria,
siempre que esté acompañado de una reforma del propio Estado con objetivos de
eficacia y eficiencia de la gestión de las empresas públicas.
La autonomía se expresa en
escisión del gobierno popular respecto del bloque dominante, como así también
en la independencia nacional en relación con los centros de poder. Para avanzar
en la construcción de autonomía en las políticas de Defensa, Seguridad e
Inteligencia, ¿no sería mejor abandonar el TIAR y asumir como política axial la
integración y fortalecimiento del Consejo Suramericano de Defensa? La misma
vocación deberá abonar la respuesta en el campo de la seguridad nacional cuya
articulación debería ser en el seno regional y suramericano.
Abruman las encuestas sobre los
electorados, su volatilidad y comportamiento. Encuestas que segmentan por
edades, sexos, nivel de ingresos. Manipuladas por los grandes medios son
utilizadas, también, para (des)orientar el pronunciamiento libre de la voluntad
minándola con la pedagogía del voto eficiente. Clara herramienta de una
concepción de la democracia degradada, como la entendía el “realismo” de
Schumpeter, en su democracia de electorados y candidatos funcionando como
consumidores y productos ofrecidos que compiten por ser “deseados” por esos
votantes. Democracia sin ideas, sin utopías, sin pasiones y con buena provisión
de empleos para fotógrafos. Democracia pasiva. Ambito propicio para el
despliegue de los políticos sin política, ofreciéndose como buenos
administradores, siempre sumisos a quienes les garantizan la maquinaria
publicitaria que les permite “instalarse”. No es bueno que esta dinámica siga
tan activa cuando queremos avanzar a una democracia participativa. Ha sido
insuficiente el esfuerzo desplegado para combatir estas dinámicas que en lugar
de impulsar, cierran el paso a la sustantividad de una democracia de
ciudadanos.
Poder popular y ciudadanía
integral no son conceptos asimilables a la fetichización del Estado en su rol
de garante único y excluyente del interés público. Es imprescindible
desarrollar una estrategia de la continuidad del kirchnerismo fundada en la
capacidad de las fuerzas populares para actuar con autonomía respecto de la
dinámica estatal propiamente dicha. Esto no contradice el papel central que el
Estado tiene para profundizar las transformaciones en marcha, pero advierte
–eso sí– que la defensa del interés público, en un sentido integral, reclama de
un tipo de protagonismo ciudadano que va más allá de los límites del aparato
estatal. No sería concebible la defensa de un gobierno popular –ni mucho menos
el derecho popular de exigirle a éste fidelidad a sus principios fundacionales–
si no se ubicara al propio Estado como un campo de disputa en el que también
intervienen y se atrincheran intereses antipopulares, tal y como lo demuestra
el accionar de la corporación judicial por estos días.
Decíamos en la Carta Abierta /16
“Encrucijadas del Futuro”: “Aún son muchas las tareas pendientes, las que se
podrán concretar sólo a condición de la continuidad de este Proyecto Político,
que no es incompatible con esta Constitución, ni las Constituciones incompatibles
con la capacidad de cada época de rediscutirlas, no para eternizar ninguna
figura, sino para ligar temas centrales de la vida social con arquitecturas
legales modernas”. Pero el tiempo, la necesidad de intensificar los cambios y
la emergencia de las resistencias de minorías, a veces apoyadas en los
dispositivos de un liberalismo decimonónico de una doctrina constitucional cuyo
sentido responde a climas de otras épocas y a un acuerdo que atendía razones y
actores diferentes a la dinámica de la sociedad argentina actual, hace
imprescindible requerir que el programa que enuncien quienes aspiran a presidir
la Nación
incluya la convocatoria a una Asamblea Constituyente, en la búsqueda de una Ley
Fundamental inspirada en los principios de solidaridad y fraternidad, que
consagre la participación ciudadana, la igualdad social, una reformulación del
régimen de propiedad que asegure su función social y una recuperación de las
tradiciones culturales de los pueblos originarios y los sectores populares en la
letra que organice la vida de los argentinos.
Estos recorridos que venimos
enunciando requieren de la decisión de imponer el criterio democrático para
disciplinar a las corporaciones. La derecha, tanto la vieja como la nueva,
aspira a un nuevo período con un poder ejecutivo que administre, así lo
explicitaron los dirigentes más verborrágicos del empresariado y los
oportunistas candidatos de la oposición, quienes pregonaron que era hora de
limitarse a ello y no de hacer política. Quieren un poder judicial que siga
poniendo límites a la acción de gobierno de los representantes que sean
elegidos para dirigir los destinos nacionales. Por eso la reforma
constitucional es imprescindible, y uno de sus objetivos centrales debe ser la
generación de una doctrina para la democratización del Poder Judicial que
introduzca la decisión popular en la designación de los integrantes del Consejo
de la Magistratura
y limite los recursos legales que hoy proliferan para defender a las minorías
de los cambios sociales que afectan sus intereses.
Esperamos que quien resulte
candidato del FpV comprenda que la vida democrática en un proyecto de reformas
profundas no comulga con la lógica de ciertas políticas de Estado consensuales
que permiten un margen de pequeñas diferencias y dejan intocado lo sustantivo.
Esa vida democrática exige un sistema institucional que admita la confrontación
de proyectos opuestos y el respeto de la voluntad popular. No hay derecho más
sagrado que éste.
En esta hora electoral creemos
necesario explicitar el camino a recorrer, los rumbos a rectificar y los
pendientes a realizar, como los cambios necesarios en la Ley de Inversiones
Extranjeras, la denuncia de los Tratados Bilaterales de Inversión, la
desvinculación de los proyectos de tratados de libre comercio –tal como el que
está negociando el Mercosur con la Unión Europea –, la recuperación de la
jurisdicción nacional como lugar de litigio de los créditos de deuda soberana
–como se hizo en la reciente emisión de títulos–. Asimismo se hace
indispensable sostener los acuerdos con Rusia y China y todas las relaciones
que permitan acrecentar el margen de independencia nacional en el contexto
actual del mundo multipolar. Al mismo tiempo, habrá que dotar de otro ímpetu a
los proyectos de unidad latinoamericana, hoy menos enérgicos que hace un lustro
atrás por el impacto de la crisis en América latina. Es necesario que Argentina
y Brasil asuman un liderazgo que entusiasme y no desanime la vocación de
participación de los demás países de la región.
Vivimos una globalización
financiera en un mundo sumergido en una crisis larga que provoca desempleo,
pobreza, desigualdad, discriminación. Un mundo con la hegemonía de un
capitalismo financiero que se desplegó con la caída del mundo bipolar, que
significó la derrota de los “socialismos reales” y los “Estados de bienestar”
en el Norte. Mientras, las experiencias populistas y nacionalistas
revolucionarias eran desarticuladas violentamente en el Sur, abriendo paso a la
expansión de esa forma de acumulación del capital liberado a la concentración
más extrema de la riqueza, al despliegue más brutal de la opresión nacional y
social. El desarme del mundo de posguerra impuso un avance del capitalismo en
esa forma que ampliaba las ganancias, reducía los salarios, internacionalizaba las
finanzas y globalizaba la producción, debilitando el poder de negociación de
los oprimidos, deteriorando su nivel de vida, mientras un grupo de financistas
situados en las “citys” de Nueva York, Londres y otro reducido grupo de
enclaves, se convertían en el grupo hegemónico de ese capitalismo globalizado.
Que no sólo es explotación, sino también guerras atroces y desiguales,
invasiones por mano propia de las grandes potencias sobre países débiles sin
ninguna formalidad institucional. Impunidad para lobbys que reúnen a
financistas extorsionadores de países endeudados, muchos de ellos muy pobres,
junto a políticos y las propias estructuras judiciales al servicio de minorías.
A propósito ¿qué piensan hacer respecto de los fondos buitres quienes se
postulan a la presidencia? ¿Alcanza con que manifiesten acuerdo con lo hecho, o
deben comprometerse con una consecuencia sin variantes en la misma actitud que
ha desplegado el gobierno nacional? El capitalismo en su forma actual expandió
tal degradación de la vida económica y social que desesperanzó y sumergió
grandes ideales, abonando el surgimiento de una época en donde el futuro sólo
podía ser avizorado con la resignación de la mera continuidad del presente
naturalizado. La promesa de paz y libertad que vociferaron los ganadores de la Guerra Fría se
disolvieron con la rapidez de un rayo cuando la nueva realidad asomó con
guerras en racimo, masacres y la imposición de políticas económicas que
constituyeron una verdadera contrarrevolución antipopular, adornada por máscaras
republicanas con votos y sin democracia sustantiva.
En la ciudad de Buenos Aires,
convertida en bastión opositor desde el año 2007, se ha consolidado una
hegemonía conservadora que se alimenta del sentimiento de rechazo al gobierno
nacional y no siempre manifiesta claramente el sentido neoliberal de su
propuesta. Probablemente, una parte de quienes votan por el PRO no propicien
abiertamente un retorno a los ’90, pero su apoyo al macrismo difícilmente pueda
explicarse sólo por ciertas mejoras en el tránsito o el espacio público urbano
que no han faltado en la obra pública del gobierno porteño. Una gestión
absolutamente despolitizada que exalta al vecino y niega al ciudadano, ha
ganado consenso difundiendo una versión optimista de la vida que apela a un
electorado satisfecho: “no nos mueven intereses sino valores” rezaban algunos
carteles de la marcha antikirchnerista del 18 de febrero. En el marco de la
visión empresarial de la acción de gobierno, cierta displicencia mostrada en
ocasiones por el jefe de Gobierno se transforman en señales positivas de un
dirigente que no concede excesiva importancia a lo público, y menos al debate
de propuestas, y sólo se muestra preocupado por las mismas cuestiones
cotidianas que interesan al hombre común.
Ese mundo alegre de tonos
amarillos que niega los conflictos sociales se apoya en una mejora general en
los ingresos que es, obviamente, consecuencia de las políticas del gobierno
nacional. Eso no impide que, retomando las conductas que fueron características
del antiperonismo de los años ’40 y ’50, esa fracción de las capas medias
reaccione negativamente frente al sesgo igualitario de esas políticas
nacionales y tema el ascenso social de los sectores populares que consideran
como una amenaza.
Las grandes ciudades, entre ellas
Buenos Aires, están sometidas al empuje desplazante de las reurbanizaciones y
recalificaciones urbanas, que aseguran la acumulación y retorno más veloz e
incesante del capital financiero internacional, condicionando la respuesta de
los gobiernos que se adecuan a dicho proceso y arrinconando o expulsando otras
formas de vivir la ciudad. La política que permita nuclear una base más amplia
para enfrentar al macrismo debe señalar las crecientes desigualdades que genera
ese tipo de desarrollo urbano inmobiliario que no es acompañado por ninguna
medida compensatoria que atenúe el impacto expulsivo del incremento de la renta
urbana sobre los sectores de menores ingresos ni tampoco por la protección de
suelo urbano para uso social.
Luego de ocho años de
cuestionamientos a su gestión, las recientes internas abiertas mostraron
contradicciones que podrían implicar un futuro debilitamiento de la hegemonía
macrista. La aparición de otro candidato que critica algunos aspectos de la
gestión, pero es apoyado por algunas de las fuerzas que postulan a Mauricio
Macri para la presidencia, no puede atraer a quienes cuestionamos en
profundidad la concepción política del PRO. Tal vez, decir que todos son
iguales no constituya el mejor discurso frente a un electorado como el de la Capital dispuesto a
valorar diferencias y matices, pero resulta obvio que no puede pensarse la
política porteña al margen de los dos modelos que se enfrentan hoy en el país.
Esta posible erosión de la fuerza gobernante en la Ciudad debe ser tenida en
cuenta para afinar las propuestas dirigidas a quienes parecen dispuestos a
tomar distancia del macrismo, otorgando importancia a diversas cuestiones que
afectan los ingresos de los sectores medios y enfatizando nuestra propuesta de
participación ciudadana y el reclamo del pleno funcionamiento de las comunas
tal como lo establece la
Constitución de la
Ciudad.
Pero sólo en el marco del
proyecto nacional que ha transformado el país, podrá construirse en Buenos
Aires una alternativa que merezca ese nombre. Las declaraciones del candidato a
jefe del gobierno por el Frente para la Victoria , Mariano Recalde, cuestionando toda
posibilidad de explicar nuestras dificultades electorales sólo por las
tendencias dominantes en el electorado porteño, constituyen un llamamiento
estimulante para repensar nuestro proyecto para la Ciudad.
Sin embargo, está pendiente
todavía disponer de una política socio urbana específica para Buenos Aires que
incluya temas hasta hoy no priorizados, como el papel de las comunas –en tanto
poder local descentralizado– en la disputa con el capitalismo inmobiliario que
reurbaniza y hace a su gusto la ciudad, agregar la participación popular en la
políticas públicas, promover la convivencia de distintas culturas y modos de
vivir, instalar el presupuesto participativo que manda la Constitución porteña.
Por último, hablamos de anomalía
con relación a la irrupción de Néstor Kirchner en Argentina luego de casi
treinta años de represión, posibilismo y naturalización del conservadurismo de
la globalización que arrasaba el mundo y a nosotros como parte suya. Anomalía
porque rompía con una escena que parecía inmutable, la película de la historia
se había detenido en una foto que era anunciada como su fin eterno. Como la
prueba del vencedor que anunciaba la sepultura de la igualdad que era la
bandera y esperanza de los sumergidos. Crudo momento en que lo real, sólo por
serlo, se impone por la fuerza sobre otras miradas, otros sentires, otros
paradigmas. El capitalismo financiero impuso una forma de democracia de
dominación, tan formal como vacía, que era sólo el velo de su contrario. Por
eso anomalía, por lo inesperado, por lo que tuvo de ruptura respecto de una
realidad extendidamente opresiva. Pero esa anomalía fue continental, porque
Chávez ya había inaugurado un proyecto en la misma dirección, porque después
Lula cambió la lógica de la política brasileña y más tarde Evo y Correa
inauguraron procesos que recuperaron inéditamente las culturas de pueblos
originarios.
Antes de aquellas nuevas
emergencias de populismos bien entendidos, crisis y revueltas, movimientos
populares en las calles y represiones salvajes, habían sido la transición a esa
nueva época. El movimiento de resistencia al neoliberalismo en los noventa
derrotó en una pueblada callejera a ese paradigma reaccionario, sin conducción,
peleando en la espontaneidad con la decisión y la bronca que había provocado
una década de recorte de derechos, de sumisión de los políticos a los patrones
de la financiarización. El curso de la historia de las luchas populares y los
acontecimientos singulares, muchos inesperados, abrieron el curso a la anomalía
latinoamericana. Néstor y Cristina fueron excepcionales lectores de esa
posibilidad, y hoy el kirchnerismo continúa siendo el lugar de la política
donde esa apreciación se expande, mientras las otras propuestas se sintetizan
en un solo concepto: normalización. Profundizar la anomalía –cuya continuidad
siempre está en cuestión por su propio significado– o amansar la vida política
con el estilo de la tan nombrada normalización. Esto se juega en las PASO y en
las elecciones nacionales. A la vez que denunciamos que la oposición que rodea
al candidato empresario Mauricio Macri promueve una restauración conservadora,
entendemos imprescindible que los candidatos del FpV se expresen respecto del
futuro. Entre ellos ya entrevemos quién representa el espíritu de esta
escritura y quién no. Y nos involucraremos en la disputa para que predomine el
primero.
En nuestra asamblea se recibió
con entusiasmo el compromiso expresado por Florencio Randazzo respecto a las
políticas más relevantes de los doce años de gestión del kirchnerismo y sus
definiciones sobre la autonomía de la política frente a las corporaciones, la
continuidad de los juicios contra los responsables del terrorismo de Estado
–incluyendo los partícipes civiles– el fortalecimiento de la Unasur y las políticas de
integración regional y su modo de entender la gestión menos como una cuestión
técnica y administrativa que como un problema político que exige decisión para
enfrentar los grandes intereses que condicionan la acción de gobierno.
Mientras una campaña interesada
en evitar el debate político ideológico insiste en afirmar que, a menos de tres
meses de su realización, las primarias abiertas ya están definidas, aparecen
fuertes indicios de que en las PASO habrá –rodeado por una creciente
movilización popular– un intenso debate político alejado de las pantomimas y el
show, y más próximo a una política autonomizada de las corporaciones. En esta
instancia Carta Abierta redoblará su participación dado el carácter decisivo de
la coyuntura política en la que se juega el avance o retroceso del proyecto
nacional.
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