lunes, 3 de octubre de 2011

EL INTERCAMBIO (o de cómo tomar el ejemplo de los grandes hombres)


(un cuento de Roberto Martínez )

La pava rezongaba en el improvisado fogón.
Una brisa cálida del norte se colaba entre el tejido espinoso de los talas y alborotaba el guadal, donde la caballada sombreaba a reparo del sol de la tarde.
El viejo se pasó una mano por la mejilla, lentamente, de abajo hacia arriba, alejando algún fantasma.
Tomó la pava y llenó el mate que fue estirando su espuma hasta el borde. El pelo rubio y cano enmarcaba una cara cobriza donde el profundo azul de los ojos contrastaba con la vincha y el resto de la figura.
- ¡Jue pucha carajo! – exclamó mientras escupía el contenido del mate. Sacudió la cabeza buscamente y se paró.
- ¡Baigorria! -
Baigorria saltó del horcón donde se había reclinado, se acomodó primero el sable, luego la gorra y salió corriendo, cuando estuvo a un par de pasos se cuadró erguido y sacando pecho.
- ¡Ordene mi general! –
El viejo lo miró de arriba abajo.
- Ta güeno Baigorria… sentate acá – y le señaló un pequeño catre que estaba a su lado
– estuve pensando sabí… toda la noche… -
Baigorria, una vez que estuvo sentado se sacó la gorra y se pasó la mano por el pelo renegrido y largo que se perdía en el cuello de su raída garibaldina.
- Usté dirá mi general… - atinó a decir.
- Tuita´ta gente que tenemos acá vió… -
- ¿Los prisioneros? ¡Son enemigos mi general! – se apresuró Baigorria, luego, bajando la voz agregó – la tropa no está muy… que sigamos con ellos…-


Venía a galope tendido, levantando a su paso una gran polvareda. Desde que alguien le avisó no dudó ni un segundo, llevaba dos horas largas de galope, y el colorado bufaba y bufaba sin aflojar. Pensaba en su tropa diezmada en Anisacate, pero esto era más fuerte para él.
Llegando al rancho se descolgó del colorado y corrió entre las gentes que al verlo se iban abriendo entre admiración, respeto y dolor.
Su mujer le salió al encuentro…
- ¡Vicente! ¡Se nos fue la Facunda, Vicente! – su gritó desgarrado estremeció los llanos.
Mientras lloraba se tomaba los renegridos cabellos y se tapaba con ellos la cara cubierta de lágrimas, transida de dolor.
El tomó a su mujer y la apretó con tanta fuerza como el dolor mismo, ambos estallaron en un largo llanto que conmocionó a los presentes – ¡ella también no!, ¡ella también no! – exclamaban una y mil veces…


Una gota de sudor recorrió su cara. Apartó el mate y lo miró fijamente.
- Mire – dijo y se alisó la blanquecina barba mientras continuaba – estuve pensando en su tata…-
Baigorria lo miró extrañado, llevó una mano a las sienes y bajó los ojos.
- El tata´ta muerto mi general…-
- Lo se hombre, lo se pué… como murió? –
El viento norte parecía aflojar de a ratos y las primeras sombras del atardecer traían aroma a brea.
- Los gachupinos… -
- ¿Y vos…que habería priferido …? que ti lo trajeran muerto … o que ti lo trajeran vivo…?
Baigorria se paró… dio dos o tres pasos y volvió.
- Yo era muy chico mi general… ¡un niño! -
- ¡No ti prigunté eso carajo! – la voz del general perdió por un momento su proverbial calma – ¡ti´stoy priguntando que habería querido! – el recluta que llevaba agua a la caballada se dio vuelta… el general respiró profundo y bajó la voz - que te habería gustao Baigorria… crecer güacho o crecer con él…-
Baigorria se sentó y perdió la mirada en el suelo.


El cortejo bajaba lentamente llevando el pequeño cofre. A su paso los hombres se retiraban el sombrero y se persignaban en silencio mientras las mujeres arrojaban flores silvestres. Los niños se escondían tras de las polleras de sus madres temerosos de ese dolor que no entendían.
El cura rezó una breve oración y dos comedidos bajaron el cajón hacia la fosa recién abierta.
Mujeres y hombres desfilaron arrojando puñados de tierra y de flores.
Luego y de a poco todos se fueron retirando en silencio.
Un crespín se oyó lejano y solitario desde el llano.
Vicente y su mujer permanecieron mucho tiempo arrodillados frente a la tumba cubierta de flores.
El, parándose ayudó a su mujer tomándola de ambos brazos, luego le acomodó la renegrida cabellera y le secó las lágrimas de las mejillas.
Su voz apenas fue un susurro
- Cuanto dolor mi negra… cuanta muerte…-



Baigorría hablaba con los oficiales bien montados en caballos con arneses relucientes.
El general, a una media legua y rodeado de los suyos, los observaba sin perder detalle. Las capas de los oficiales flameaban con el viento llanista.
Baigorria hizo la venia y regresó al galope donde su jefe.
El general se aparto una mecha rebelde de la frente.
- ¡Baigorria! ¡¿Qué dice esta gente?! -
- Qué están listos pa´recibir sus hombres… -
El general se acercó a Baigorria y bajó la voz
- Y quien es el mozalbete ese que los acompaña? -
- Un escriba… un tal Hernández - el general lo seguía mirando, agregó – de esos que escriben pasquines -
Hizo caracolear su caballo y al trote se acercó a los hombres que en número de casi doscientos aguardaban tras de su tropa.
¡Van a ser libres!... – un murmullo comenzó a crecer entre los jinetes, el general levantó su mano – pero antes… quiero que digan como los´i´tratado… -
El grito de los hombres se mezcló con el viento.
- ¡Viva el General Peñaloza! -
- Ahora vayan… son libres… -
Una polvareda acompañó el galope de quienes dando gritos cruzaron y se ubicaron tras del grupo de oficiales que los aguardaba.
El general se acercó al trote hacia estos.
- ¡¿Y dónde están mis hombres?! -
Los oficiales se miraron en silencio. El viento de los llanos hirió los oídos.
- ¡¿Dónde están mis hombres carajo?! -
El más jóven de los oficiales, con la cabeza gacha se retiró hacia un costado.
- ¡Ahí juna´gran puta! ¡¿entonces es cierto?!, ¡me los han pasao a degüello! -
Los oficiales comenzaron a retroceder y retirarse.
- ¡Asesinos! ¡han manchao con sangre sus manos y el uniforme que llevan! -
Con los ojos llenos de lágrimas miró en derredor y se acercó al único que había quedado en el lugar.
- ¡¿Usté es Hernández?! – el joven asintió – ¡vaya y escriba lo que a visto …! -


El campamento era todo silencio y la noche comenzaba sus ritos de cantos y silbos. Se bajó del caballo y caminó hasta su catre. Se sentó desganado.
Baigorria acercándose le ofreció un mate.
- ¿Mi general…? –
El general tomó el mate entre sus manos y lo miró, vio esas manos grandes y callosas, el rostro curtido de tiempos y de soles, surcado por el dolor.
- Diga Baigorria… diga nomás…
- Sabe mi general… me hubiera gustao crecer con el tata…

3 comentarios:

Anónimo dijo...

compañero hijo
y compañeros

gracias por publicarme esto

de lo que llevo escrito esta entre lo que mas me gusta

un abrazo Federal y Peroncho!!!!


Melena

Anónimo dijo...

jajajajaja, siempre es un gusto querido.

Pavlo

Martin Fioretti dijo...

Lindo cuento compa!